Cómo puede la moral ayudar a la vida en comunidad y cómo ayuda a la construcción de tu vida.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Nuestra época actual, plagada de idas y venidas, en medio de los
quehaceres de la vida cotidiana, hace que nos introduzcamos en un mundo
donde no hay un lugar para preguntarnos si lo que hacemos está bien o
mal, si responden a un parámetro ético o no, si nos perjudicamos a nosotros
mismos o al prójimo, si nos conviene un determinado comportamiento o no
y si aceptamos impunemente lo que ocurre a nuestro alrededor.
La vida cotidiana no nos deja pensar incluso, si las pequeñas cosas
que hemos cometido adquieren un cariz de moralidad, amoralidad o
inmoralidad. Por eso, se hace necesaria la pregunta en determinados
momentos de nuestras vidas que nos permitan esta opción. La educación
juega un papel preponderante en este asunto, dado que lo que asimilamos
en el hogar y en la escuela constituirá el punto a partir del cual podamos
cuestionar nuestros actos.
La moral individual no opera sólo en el individuo dejando al margen
el aspecto social, sino que ambos están concatenados y se retroalimentan
mutuamente. Dicho en otros términos, si la moral individual compromete lo
social no se puede pensar en un acto individual que no trascienda a la esfera
social y tenga un efecto sobre ella.
Aristóteles (2002) desarrolló toda una teoría de la virtud que se
adquiere por hábito hasta llegar al “justo medio de eminencia”. Este justo
medio no se calcula matemáticamente sino que es fruto de la phronesis o
prudencia del hombre que lo pone en práctica. Así por ejemplo, un individuo
decide no renunciar a su empleo aun sabiendo que sus compañeros lo han
hecho por mostrar ciertos desacuerdos con el sindicato de trabajadores.
Muchos lo acusarán de traidor, pero podemos entender que incluso en
este caso se aplicó la phronesis, dado que del sueldo que recibe depende la
manutención de su familia, siendo para él difícil ubicarse en otro puesto de
trabajo. El justo medio entre dos extremos que pecan por exceso o defecto
es lo que lo llevó a esa decisión.
No se trata de que el fin justifique los medios, sino de una medida
cautelosa que no compromete el bienestar de quienes dependen de él.
Es una cuestión difícil de calificar teniendo en cuenta las futuras y
posibles consecuencias que esto le pueda traer, pero en la vida cotidiana es
lo que entendió por una decisión moralmente correcta según el momento
que le tocó vivir. Aquí vemos claramente cómo una decisión individual
compromete el ámbito social, ya sea para bien o para mal.
81 PERSONA Y FAMILIA N° 07 2018
Revista del Instituto de la Familia
Facultad de Derecho
La moral de la vida cotidiana y su
Miryam Falla De Güich relación con las preguntas éticas
1 Esta figura aparece cuando diferentes culturas arraigadas en la fuerza de la costumbre irrumpen con soluciones que
pueden llegar hasta el hecho de hacer justicia por uno mismo o por el propio pueblo. Esto nos recuerda cuando en
la localidad de Ilave, Puno, los lugareños mataron a su alcalde para hacer justicia propia, ya que éste estaba cometiendo irregularidades en la región. 2 Esto tiene que ver con los tratamientos experimentales que se dan a los pacientes cuando no hay solución terapéutica
viable. La intención no es acarrearle prontamente la muerte sino buscar alargarle la vida a través de terapias que si bien
no son comercializadas aún, pueden jugar un papel importante en la evolución y detenimiento de la enfermedad. 3 Principio ético que nace con la moral católica y que se enuncia así: El mal que se tolera debe ser proporcionalmente
grave al bien que se persigue. Este principio fue reemplazado posteriormente por el Principio de Totalidad, y luego,
por un corolario, el Principio del mal menor. El Principio del doble efecto conserva a nuestro parecer, toda su riqueza, apareciendo con un enunciado que pone condiciones al sujeto que lo va a emplear en la solución de un caso
particular. El efecto malo solo debe ser tolerado frente a una situación en la que “no hay salida”. 4 Aristóteles, ob.cit
Quien se planteó una prueba sobre la veracidad moral de nuestras
acciones fue, precisamente, Immanuel Kant (1981), quien con su imperativo
categórico jugó con la posibilidad de que la acción cometida por el individuo
pase la prueba de convertirse en legislación universal, es decir, que sea
consensualmente aceptada, de lo contrario el acto no puede calificarse
de moral. Pero es difícil que el individuo cotidiano esté pensando en el
imperativo categórico a la hora de actuar o de evaluar su acto ya que la
naturaleza académica del mismo lo aleja de él, e incluso habría que tomar
en cuenta la moral aceptada por cada comunidad o etnia, siendo incluso
permisible o no los actos en cuestión. Hablar de una moral universal no es
fácil, teniendo en cuenta que universalmente nos encontramos con culturas
que no siguen los mismos parámetros1
. La solución a este impase es que los
sujetos se atengan a la moral religiosa que practican o la que es comúnmente
aceptada en su comunidad o a preceptos jurídicos que la respaldan.