como los pasatiempos influyen en la salud integral y la construccion de identidad?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Se entiende por bienestar emocional el estado de equilibrio entre las emociones, los sentimientos y los deseos. El bienestar emocional está en relación directa con la salud mental, física y social y con el concepto de identidad entendida como el conjunto de rasgos corporales, mentales y psicológicos que se van desarrollando a lo largo de la vida y que configuran la personalidad.
Shalock (2003), para el que la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual se basa en los mismos criterios que para el resto de la población, afirma que la calidad de vida depende de condiciones objetivas, por un lado, y de la percepción o satisfacción que la persona tenga de esas condiciones de vida, por otro. Este autor articula la calidad de vida en ocho dimensiones y una de ellas es el bienestar emocional, que viene determinado por la felicidad, la seguridad, la ausencia de estrés, la espiritualidad, la satisfacción y el autoconcepto.
El concepto que tenemos de nosotros mismos va configurando nuestra identidad. Cuando nos planteamos preguntas como: «¿Quién soy?, ¿Qué me gusta de mí?, o ¿Cómo querría ser?», intentamos dar un sentido a nuestra existencia, un significado individualizado, diferente del de los otros y caracterizado por la singularidad de cada uno. Y así definimos nuestra identidad.
El diccionario define la identidad como el conjunto de características, rasgos propios, datos o informaciones que son propias de una persona y que permiten diferenciarla del resto.
La identidad también hace referencia a la conciencia que una persona tiene de sí misma y que la convierte en alguien distinto a los demás. Aunque muchos de los rasgos que forman la identidad son hereditarios o innatos, el entorno ejerce una gran influencia en la conformación de la especificidad de cada sujeto.
Podríamos dar diferentes versiones del concepto identidad, pero todas coincidirían en que la identidad es una necesidad básica del ser humano. Como dice Fromm (1990): "La necesidad de un sentimiento de identidad es tan vital e imperativa, que el hombre no podría estar sano si no encontrara algún modo de satisfacerla". La identidad es como el sello de la personalidad. Es evolutiva y está en continuo cambio. No es una característica dada sino que se desarrolla y forma parte de la historia de cada persona. La identidad se empieza a construir desde el mismo momento del nacimiento, y se va estructurando a través de la experiencia propia y de la imagen de uno mismo percibida en los demás.
2. En el niño
Cuando un niño nace se le pone un nombre que suele tener un significado importante para los padres; ese nombre, que corresponde a un sexo concreto, va a determinar su identidad personal y su posicionamiento en el mundo: “yo soy”… El nombre es uno de los primeros factores de identidad y ya es pensado antes del nacimiento (en el síndrome de Down no es extraordinario que se cambie el nombre que se había pensado para el bebé tras el conocimiento de la discapacidad). La formación de la identidad se realiza en función de la interacción con el medio externo. El bebé crece en la relación con el otro. Primero establece una intensa relación con la madre, relación que se amplía con la entrada del padre, para continuar con los demás miembros de la familia y se extiende, después, al resto de la sociedad. El niño empieza a conocer el mundo a través de esa relación con la madre y así comienza a diferenciarse él —como sujeto— del resto de las cosas. En determinados trastornos mentales, como el trastorno generalizado del desarrollo o en los rasgos autistas, observamos fallos en este proceso.
A medida que va creciendo, el niño va recibiendo la imagen que le ofrecen los demás y, junto con la percepción que tiene de sí mismo, va configurando su identidad, se va conociendo y se forma una idea de cómo es. Así construye una imagen de sí mismo que le va a servir para manejarse en la vida, en las relaciones afectivas, personales y laborales de una determinada manera. En este sentido, y siguiendo a Montobbio (1995), destacamos la importancia de la necesidad que las personas con discapacidad tienen de «normalidad». Esta normalidad posibilita el crecimiento psicológico, en el sentido que lo describe Mahler (1984), y el consiguiente desarrollo del yo. Montobbio señala cómo todo niño con discapacidad alberga siempre un niño sano, con las exigencias afectivas y educativas propias de todos los seres humanos. El niño con síndrome de Down también construye su identidad, pero muchas veces no tiene los elementos suficientes para conocerse y su desconocimiento acarrea problemas de identidad que pueden reflejarse o confundirse con trastornos de conducta.