cómo debe ser una familia que vive en justicia y paz? que debemos hacer ? y qué no debemos hacer para que se vea en este ambiente?
Respuestas a la pregunta
:
“Una Iglesia sin caridad no existe”. Estas palabras del Papa Francisco nos indican que sin caridad, sin amor, no puede existir la iglesia doméstica que es
la familia, porque ésta necesita, de forma ineludible, atender la acción social
como consecuencia de su condición de comunidad de amor. El matrimonio,
y la familia como desarrollo y generación de él, es sacramento en tanto que
es signo, manifestación, comunicación del amor de Dios que es el Amor, si
ese amor no existe, si los que van a formar esa familia se niegan a dárselo mutuamente, no hay matrimonio y por lo tanto no hay familia. Una familia en la
que por la degeneración y el abandono, o por las infinitas circunstancias que
hayan podido concurrir, haya desaparecido la más pequeña brizna de amor,
no es reconocida como tal por nadie y se puede categorizar que no existe.
Consecuentemente, una familia sin misericordia ni la caridad que
surja de ella, difícilmente será sacramento del amor porque, sencillamente,
no ama. La misericordia es la práctica del amor, la caridad es el amor de donación hacia los demás con los que nos solidariza, una familia que no haya
desarrollado la capacidad de salir de ella misma y donarse, escasamente podrá practicar un amor más allá que el propio vinculado al afecto que se tengan entre ellos, el cual acabará languideciendo y viciado y con olor a rancio,
deformado y endogámico, esperpento de la vitalidad y la alegría que siempre
imprime el amor auténtico.
De esta manera, la acción social de la familia la lleva a encontrarse con
los que están fuera de ella, enriqueciéndola y ampliando su espacio vital, sin
que ello suponga romper el círculo de intimidad que es imprescindible conservar y sin que deba ser invadida por lo externo más allá de lo que se necesita para compartir la vida i donarse. Es entonces cuando la familia aporta a
la sociedad lo más rico de ella misma; puede dar su ingenio, su capacidad de
organizar, su aportación artística, el toque de eficacia que pueda tener alguno
de sus miembros, la capacidad de acoger y escuchar, la contingencia material
de lo que el otro pueda necesitar, bienes alimenticios, de ajuar, de mobiliario,
aportaciones para el sostén económico, atención y cuidado de niños, enfermos o gente mayor,… Todo son aportaciones que la familia, en función de
la donación que hace de sí misma y de sus miembros por el amor que vive,
transmite a la comunidad (sociedad), construyendo y ayudando a levantar la
justicia, y propiciando la paz.
A continuación vamos a ver cómo la familia que es la iglesia doméstica, pidiendo a Dios que venga su reino para que cada día nuestro mundo sea
un poco más como Él quiere que sea, se ve llevada a vivirlo cotidianamente,
lo que implica que en su día a día tenga de vivir el amor, la verdad, la justicia,
la paz y la vida que surge de todo ello, deviniendo una comunidad de amor
que genera vida. En este proceso tiene una importancia fundamental la educación como medio para el desarrollo y el crecimiento de la familia en su
conjunto y de todos sus miembros que se educan, regulan y moderan mutuamente. Esta acción de transformación paulatina, cotidiana y permanente de
la familia, la convierte en constructora de justicia, la cual empieza a aplicar
en el trato entre sus componentes, a partir de la cual se crea un ambiente de
paz que la trasciende, y del que ella también es promotora. Finalmente, al
darse como consecuencia de la acción de esa misma justicia y del amor que
la sustenta, se proyecta al exterior en lo que podríamos llamar la acción social
de la iglesia doméstica, que la engrandece como comunidad, los enriquece
como individuos que forman parte de ella y dignifica a la sociedad que se
beneficia de la presencia de familias auténticas.
Efectivamente, tiene razón todo aquel que diga que el presente planteamiento es una utopía, no tanta quien diga que no es realizable; sin embargo sí tendrán razón quienes observen la dificultad en conseguirlo y la escasa
presencia en nuestras sociedades de familias así, porque estamos imbuidos
de elementos como el materialismo, el personalismo, el individualismo, la
exaltación del yo, el hedonismo, la laicidad extrema que ignora por completo
el Amor, Dios, la obsesión por el poder, el tener, el influenciar, el controlar y
dominar para evitar que el otro, el posible otro porque hace tiempo que lo
hemos alejado, pueda plantearme dudas molestas y yo experimente lo fastidioso de su evidencia real e impertinente. Ese otro en el que Dios, el Amor, se
identifica y se nos manifiesta hasta el punto que Jesús dijo: “en verdad os digo
Explicación: