como continuo el porfiriato con el proyecto de nacion liberal
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Después de la derrota de los franceses, en 1867, México se quedó sin partido conservador. Como los conservadores habían traicionado al país invitando una fuerza extranjera, y por eso quedaron proscritos. A partir de entonces todos los políticos mexicanos eran liberales hasta que se demostrara lo contrario.
Al mismo tiempo, era necesaria una política de reconciliación para reintegrar las elites mexicanas, que habían quedado fracturadas por la guerra civil. El culto del Estado de Porfirio Díaz pasaba por la reintegración de las elites, proceso que de hecho había iniciado ya desde tiempos de Juárez y que quedó materializado en el plano simbólico durante la presidencia de Lerdo de Tejada con la creación de la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde se irían concentrando las cenizas de los mexicanos más grandes, independientemente de su filiación política. Pero a Díaz le tocó consolidar la política de conciliación a nivel de elites —evitando incluso la fragmentación de las elites liberales. Su matrimonio con Carmen Romero Rubio fue, de hecho, un acto político de conciliación entre liberales, que sirvió para reintegrar a una fracción derrotada de lerdistas y unirlos a los militares de Tuxtepec.
La segunda razón para adoptar una política de reconciliación tenía que ver con la Iglesia y con la religión popular. El anticlericalismo liberal sirvió para arrancarle el Estado a la Iglesia, proceso que gozó incluso de cierto apoyo popular —el anticlericalismo mexicano no fue simplemente un movimiento de elites. Pero también es verdad que el secularismo del Estado liberal se erigió de frente a un pueblo que en su gran mayoría era religioso. Por eso el anticlericalismo iba de la mano de un buen nivel de tolerancia frente a la religiosidad popular. De hecho, la palabra “tolerancia” se ajusta bien al espíritu liberal, porque no había entre los liberales una aprobación de la religiosidad popular, sino un reconocimiento de la necesidad de convivir con ella. Había ahí, también, cierta práctica de reconciliación
Al mismo tiempo, era necesaria una política de reconciliación para reintegrar las elites mexicanas, que habían quedado fracturadas por la guerra civil. El culto del Estado de Porfirio Díaz pasaba por la reintegración de las elites, proceso que de hecho había iniciado ya desde tiempos de Juárez y que quedó materializado en el plano simbólico durante la presidencia de Lerdo de Tejada con la creación de la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde se irían concentrando las cenizas de los mexicanos más grandes, independientemente de su filiación política. Pero a Díaz le tocó consolidar la política de conciliación a nivel de elites —evitando incluso la fragmentación de las elites liberales. Su matrimonio con Carmen Romero Rubio fue, de hecho, un acto político de conciliación entre liberales, que sirvió para reintegrar a una fracción derrotada de lerdistas y unirlos a los militares de Tuxtepec.
La segunda razón para adoptar una política de reconciliación tenía que ver con la Iglesia y con la religión popular. El anticlericalismo liberal sirvió para arrancarle el Estado a la Iglesia, proceso que gozó incluso de cierto apoyo popular —el anticlericalismo mexicano no fue simplemente un movimiento de elites. Pero también es verdad que el secularismo del Estado liberal se erigió de frente a un pueblo que en su gran mayoría era religioso. Por eso el anticlericalismo iba de la mano de un buen nivel de tolerancia frente a la religiosidad popular. De hecho, la palabra “tolerancia” se ajusta bien al espíritu liberal, porque no había entre los liberales una aprobación de la religiosidad popular, sino un reconocimiento de la necesidad de convivir con ella. Había ahí, también, cierta práctica de reconciliación
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