¿Cómo consideraban las sociedades tribales que debían ser los recursos? ¿Y en la actualidad cómo es?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
La sociedad tribal es un orden cerrado. Se supone que los miembros de la tribu tienen relaciones consanguíneas, constituyen una familia que debe ser protegida y asegurada. Los de afuera son extraños y, por consiguiente, probablemente enemigos. La relación de sangre proporciona el más estrecho de los vínculos sociales, simplificando mucho el objetivo común. La ampliación y perpetuación de la tribu no requiere justificación. Al vivir cerca, los miembros de la tribu no pueden sino compartir recursos más o menos equitativamente. Con el decursar del tiempo, más y más familias se desarrollan en el interior de la tribu. Cuando una familia plantea demandas a otra sobre tierras, agua, derechos de pasto o mujeres, se cuestiona la identidad común. Temas vitales de este tipo pueden provocar peleas. El peligro es inmediatamente perceptible. Toda persona interviene, como por derecho propio, en los asuntos de todas las demás. Los voceros de las partes implicadas en el problema plantean sus casos cuidadosamente y se va formando una fluctuante red de alianzas e intrigas que conduce a una adjudicación mediante un prolongado proceso de discusiones y cabildeo entre los más viejos y experimentados miembros de la tribu. La disputas que surgen entre tribus vecinas siguen el mismo patrón aunque, por supuesto, más cargado de potenciales peligros. Cuando una tribu discute con extraños, tiene que calcular con mucho cuidado las ganancias y las pérdidas. Es un juego de suma cero. La ambición y las ganancias de una tribu necesariamente significan pérdidas y restricciones para la otra. Puede que hagan falta largas y delicadas negociaciones para evitar pérdidas inaceptables para una parte y ganancias excesivas para la otra. Una vez que se excitan las pasiones, el arbitraje puede ser insuficiente para compulsar la obediencia. El fracaso pone en peligro la identidad tribal. La respuesta será violenta e inmediata. De hecho, la violencia es un componente esencial del proceso de la toma de decisiones porque es prueba de seriedad, de la voluntad de defender los intereses del grupo, independientemente de que tenga o no razón. En una sociedad tribal, por consiguiente, la violencia es un mecanismo de control social. La única forma de descubrir un cambio en el equilibrio de fuerzas es poniéndolo a prueba. La historia tribal tiende a ser una serie de escaramuzas donde la defensiva y la ofensiva están indisolublemente unidas. Si hay pérdida de vidas, la tribu es disminuida y tiene que obtener retribución. Empieza lo que los italianos llaman la vendetta, la sangrienta enemistad entre familias. No se trata simplemente de barbarie primitiva, como explica Gellner. Se trata de un proceso de mediación "mediante el que los grupos se obligan mutuamente a mantener su respectiva unidad al vengarse indiscriminadamente, anónimamente, de cualquier miembro del grupo rival. ‘‘ Puesto que la violencia es un instrumento necesario de este proceso, el odio se inflama rápidamente pero se extingue con la misma rapidez una vez que se ha conseguido el objetivo. El enemigo de hoy puede transformarse fácilmente en el aliado de mañana contra algún tercero. Una autoridad, Black-Michaud subraya la medida en que estas sangrientas enemistades son política y no guerra. "La razón para entrar en un conflicto de este tipo no es tanto el deseo de infligir una pérdida a alguien como el de utilizar la victoria para aumentar el prestigio del individuo y del grupo dentro de la comunidad y a los ojos del mundo. El prestigio conseguido es un elemento indispensable del liderazgo''. Por fuerte que sea la individualidad, los impulsos del grupo son más fuertes. Dentro de un grupo de este tipo nadie puede juzgar objetivamente, mucho menos críticamente, y no puede condenar los errores o crímenes cometidos por los miembros de su grupo. En la sociedad tribal, todos los varones son teóricamente iguales y capaces de ejercer autoridad. Los que se consideren como potenciales líderes, por consiguiente, tienen que establecer sus credenciales, adquiriendo status y respeto. El reto lleva al poder, el poder invita al reto. Esta dialéctica poder-reto es muy estable pero su ejercicio provoca una constante inestabilidad. Teóricamente, todo dirigente encarna los deseos del grupo y, en esa medida, es apoyado por el mismo. Si los deseos del grupo se ven frustrados, el dirigente se ve disminuido y puede surgir un potencial retador. Desde el principio, esto no puede ser sino una prueba de fuerza, con un ganador y un perdedor. En búsqueda de apoyo, el dirigente retará a otros dirigentes de la región con la esperanza de que la victoria consolide su posición a los ojos del grupo. Cualquiera que plantee un reto hablará de "derechos", "territorios hereditarios" o "justas demandas" y será confrontado con alegaciones simétricamente opuestas de "agresión", "expansionismo'' y "arrogancia". En ausencia de controles institucionales, éste es el necesario patrón de comportamiento.