¿Cómo caraterizarías tú el protagonismo de Perón en la historia Argentina, lo considerarías un héroe o un villano?
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MADM: –La discusión acerca de su figura y su incidencia en la vida argentina está circunscripta a un núcleo reducido de población compuesto por los que lo conocieron y profesaron sus consignas y los que pensaron o actuaron contra él. Sobre todo para las generaciones jóvenes, Perón es un personaje del pasado, del que se sabe poco. Para mayor confusión, se apoderan de su nombre y sus postulados, utilizándolos a piacere, agrupaciones políticas que se dicen seguidoras de sus ideas, aun a sabiendas de que en nuestro tiempo no pueden sostenerlas al pie de la letra. En cambio, en el plano historiográfico, la producción sobre "el líder" es inmensa, pues los estudiosos buscan comprender y explicar la complejidad de circunstancias que se refieren al trayecto de Perón hacia el gobierno, su desempeño, truncado por la revolución de septiembre de 1955, su prolongado exilio y su actuación desde allí en la política del país. Y cabe señalar el loable esfuerzo de muchos de los principales especialistas de despojarse de toda intención apologética o de profesar la crítica desmedida.
–¿Es un personaje difícil para los historiadores?
MADM: –Mire... es difícil para un historiador que ha trabajado otras etapas del pasado argentino, pero que por otra parte ha vivido como ciudadano aquel prolongado lapso, ocuparse de ese hombre contradictorio y de su no menos contradictorio sistema. Sí, es difícil.
–¿Qué aspectos de la política de Perón lo atraen más?
LAR: –Hay cuatro cuestiones que me atraen mucho referidas a la primera presidencia de Perón. ¿Puedo extenderme un poco?
–Puede, si De Marco no se enoja.
LAR: –La primera, la democratización social. Este es un proceso característico de todo nuestro siglo XX. Al menos hasta 1976, la sociedad argentina fue móvil e inclusiva. En sus años, Perón aceleró notablemente este proceso mediante las políticas de la justicia social, que impulsaron notablemente la movilidad. Piénsese por ejemplo en el aumento de la matrícula estudiantil. No provocó una revolución en el sentido clásico del término. No cambió la organización de la sociedad, pero produjo una incorporación muy acelerada, que generó resistencias, epidérmicas pero notables, entre quienes estaban acostumbrados a un ordenamiento social más tradicional. Por ejemplo, para sus empleadores, el cambio de status del personal doméstico, el paso de la "sirvienta" a la "empleada", con horario y franco semanal. La dignificación social fue algo más que una palabra. Perón aceleró la democratización social y a la vez generó una revolución de expectativas, que después conformaron el mito de una era dorada perdida, tan vívido en la conflictividad de los setenta. La segunda, la democracia política. Aquí, el balance de la incidencia de Perón en la larga historia de la construcción de la democracia es ambiguo. Por una parte, hubo un espectacular crecimiento de la masa de ciudadanos: las mujeres, y también los habitantes de los territorios nacionales, que no votaban hasta que Perón provincializó los territorios. Hubo muchos más ciudadanos. Esto se unió a un incremento en la participación y el compromiso en las elecciones, algo que hoy extrañamos un poco. Por otra parte, se trató de una participación más bien plebiscitaria que republicana. Se expresaba más en la plaza que a través de la deliberación. Perón creó un clima poco propicio para la discusión plural, no sólo por la
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