Historia, pregunta formulada por iguazuantonio383, hace 9 meses

como caracterizo logan Orozco al poeta y al lector
porfa​

Respuestas a la pregunta

Contestado por ereqheueif121332
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Respuesta:

espero que te sirva

Explicación:

Olga Orozco, la cantora nocturna[1], fue poeta, polifacética, periodista con ocho seudónimos, redactora de horóscopos y huracanes, actriz y médium de sus fantasmas y las cosas. Nació en Argentina en 1920, perteneció a la Generación del 40, aunque realmente nunca se sintió parte de ella, así como nunca sintió, en su totalidad, pertenecer a este plano que habitamos; ella prefirió descubrir su tercer ojo. Entre las páginas que escribió nos damos cuenta que nos hemos adentrado en una espesura, alejada de todo, donde al fondo se encuentra Olga Orozco colocando cartas en la mesa. Leer su poesía es una invitación al otro reino: el de las cosas que se mantienen boca abajo. Por tanto, hay que tener el oído (la mirada) más atento para este llamado a lo otro, lo que no se ve inmediatamente, ese más allá.

Si bien en el acto de leer poesía hay un desprendimiento del “yo”; con las poetas siempre nos queda un escalofrío de no entender (sin querer entenderlo por completo) el cómo llegan a ciertos lugares dentro de su escritura; pareciera que tocan el fuego. Alejandra Pizarnik, por ejemplo, discípula de Orozco, nos dirige de inmediato a una imagen: un recuerdo que quema. Además, comparte con Olga Orozco, el conflicto del peso de la palabra y los textos de sombras que no dejan de deambular en el mundo de los vivos. Hay una fotografía donde ambas salen sentadas en una banca; las dos llevan su gabardina y la mirada que trata de llenar un vaso, una hoja, lo inasible.

Con Olga Orozco podemos sentir que se nos habla desde otro reino, uno que ha dejado ya de existir, pero que se manifiesta en ella a través de ciertos hilos invisibles que vienen de distintos tiempos, de distintos cuerpos. Para hablar de la poesía de Orozco —y su polifonía— tendríamos que hablar de ella y sus fantasmas, que se presentan con un aroma antaño para recordarle que vienen y permanecen en ella.

A partir de su primer poemario, Desde lejos, existe ya la llamada compulsión a la repetición[2], un ejercicio surrealista. En el caso de Orozco, la compulsión genera que su voz lírica comience a multiplicarse. En su poesía, entonces, nos encontramos con seres que vuelven y vuelven a repetirse de manera insistente. En su poema “Lejos desde mi colina”, nos dice: “Reconocía en ellos distantes mensajeros / de un país abismado con el mundo bajo las altas sombras de mi frente”[3] para luego, guiarnos a través del jardín de sus edades, y darnos, en un poema siguiente, un enlistado de aquellas mensajeras:

Están aquí, reunidas alrededor del viento,

la niña clara y cruel de la alegría, coronada de flores polvorientas;

la niña de los sueños, con su tierno cansancio de otro cielo recién

abandonado;

la niña de la soledad, buscando entre la lluvia de las alamedas el

secreto del tiempo y del relámpago

la niña de la pena, pálida y silenciosa,

contemplando sus manos que la muerte de un árbol oscurece;

la niña del olvido que llama, llama sin reposo sobre su corazón adormecido,

junto a la niña eterna”.[4]

¿Es acaso esta su maniobra para asegurarse un lugar en el mundo? Los recuerdos que se tienen de la infancia los vuelve suyos, aún cuando son experiencias contadas por voces ajenas; con estos recuerdos forma un cúmulo de años para decir que fue de tal forma y, un cúmulo de años después, de otra. Se asegura un lugar, entonces, en tanto se recrea con las voces ajenas y plasma estas memorias en su tiempo: “He juntado vestigios, testimonios que acreditan quién soy / Credenciales irrefutables como un juego de espejos entorno a un fulgor, /Certezas como cifras esculpidas en humo.”[5] Gaston Bachelard, en La intuición del instante, nos dice cómo nos imitamos a nosotros mismos y cómo de esta manera adquirimos nuestro propio nombre.[6] Y, en esta sensación orozquiana, la imagino a ella juntando distintos tiempos sobre una mesa para comer de ellos, volverse presente y “darle consistencia a la copa”.[7]

¿Y, si además de ser todas cuantas fuimos, somos las personas con quienes hemos estado? Olga Orozco, como médium poeta, parece juntar a sus fantasmas a esa mesa que es su poesía para que no dejen de hablar a través de ella. Como comentamos anteriormente: la compulsión de instantes, que crean el tiempo para Orozco, vienen del pasado, es decir, son instantes desaparecidos. Bachelard los llama “la sinfonía de los instantes”; nos habla de estos ritmos (voces) que se van cayendo y, sin embargo, siguen inmersos en una sinfonía general. Para Olga Orozco, las niñas que fue, su madre, Pizarnik, Valerio Peluffo, y otros fantasmas, son esas notas que siguen resonando. Bachelard nos presenta el siguiente esquema para entender la caída de los instantes:

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