¿cómo afectó el caudillismo a Colombia?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
O
PINIÓN |
EL HERALDO
ESCRIBE TU BÚSQUEDA
Noticias por sección
Inicio
Locales
Región
Judicial
Economía
Cultura
Medio Ambiente
Deportes
Rincón Juniorista
Opinión
Sociedad
Educación
Salud
Coronavirus
Mujer e Igualdad
Ciencia
Tecnología
Turismo
Mascotas
Familia
LGBTI
Migración
Revistas EH
Revista M!ércoles
Revista Sí
Revista Gente Caribe
Otros servicios
Compra tu SOAT
Clasificados
Área Caribe
Tienda EH
Multimedia
Fotos
Videos
Infografías
Podcast
Otras secciones
País
Política
Mundo
Entretenimiento
May 18, 2016
COLOMBIA ES CAUDILLISTA
Por:
Álvaro De la Espriella
Messenger
Sabemos de antemano que esta columna levantará polémica. Porque en materia de política, religiones o razas nunca habrá en la humanidad consenso o unanimidad de conceptos. Pero aun así nos parece pertinente comentar que, cada día más, Colombia se transforma en una nación caudillista, o sea que políticamente hablando, cada vez más seguimos al hombre, a la figura, al caudillo precisamente, al líder, a quien le dedicamos todos los afectos y pasiones, o idolatría a veces, para que como conductor de multitudes conduzca su parcela política a los objetivos que se fija.
Con excepción del Partido Liberal, en primer término, acompañado del Conservador, y el comunismo en menor escala, las ideologías políticas, las doctrinas que movieron multitudes han ido desapareciendo. Ellos mismos, los mencionados, entre nosotros, han presenciado la desfiguración en las últimas décadas de la ortodoxia de sus doctrinas. Aún les queda bastante del contenido, pero en el partidismo lo desconocen. Los otros partidos legalmente inscritos no tienen ideologías exegéticas porque son una mezcla de varias, una licuadora que revuelve todo lo que encuentra y les conviene. Hay en ellos una pobreza ideológica y conceptual decepcionante.
Todo sucede porque el fanatismo por seguir al caudillo o jefe hace que las multitudes, traducidas en votos, pierdan el sereno análisis y por supuesto el estudio de las alternativas. Este fenómeno se traduce a todas las actividades del hombre en su entorno político-ciudadano y hasta en el ejercicio de los derechos civiles. Es lo que llamó Spencer “la cautividad de las oratorias incandescentes que seducen”. Y se traspasa el fenómeno hasta los grados exagerados de una particularidad histórica que ni siquiera reconoce la buena labor, por ejemplo, de los presidentes de la República.