como afectaría el ecosistema la destrucción de la mitad de bacterias porfis ayúdenme
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te presento al Ancylostoma duodenale. En realidad es de color gris rosáceo y tiene una boca ancha, casi tan grande como su cabeza, armada con dos pares de dientes afilados. Parece un dedo con las mandíbulas de un tiburón. Y es un parásito.
Vive en los intestinos de animales más grandes, entre ellos muchos humanos. Se aferra a la pared de los intestinos con sus dientes y le chupa la sangre a su anfitrión. Así, prospera a expensas de él.
Y como todos los parásitos, no da nada a cambio.
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Te presento al Ancylostoma duodenale. En realidad es de color gris rosáceo y tiene una boca ancha, casi tan grande como su cabeza, armada con dos pares de dientes afilados. Parece un dedo con las mandíbulas de un tiburón. Y es un parásito.
Vive en los intestinos de animales más grandes, entre ellos muchos humanos. Se aferra a la pared de los intestinos con sus dientes y le chupa la sangre a su anfitrión. Así, prospera a expensas de él.
Y como todos los parásitos, no da nada a cambio.
Parásito
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Un mundo sin parásitos... ¿mejor?
¡Seguro que estaríamos mejor sin este tipo de buenos para nada aprovechándose de nuestros recursos!
Supongamos que todos los parásitos del mundo desaparecieran de un momento al otro. ¿No serían los otros animales más sanos y que habría menos sufrimiento?
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La polilla de la col es una de las plagas más destructivas; parásitos como estos hacen que deseemos que no existieran.
"Casi todas las especies tienen su parásito", confirma Levi Morran, también de la Universidad Emory. "Y estos tienen un rol en los ecosistemas: sin ellos, la población podría explotar. Tendríamos que empezar a matar muchas cosas".
Y no seríamos nosotros los únicos "matadores". Habría una cornucopia de animales y plantas que en el mundo con parásitos habrían muerto, pero que sin ellos requerirían de algo que se los coma.
"A la naturaleza realmente no le gusta el vacío", dice Lafferty. Depredadores como las arañas y los pájaros llenarían el lugar de los parásitos desaparecidos. Con el tiempo, se multiplicarían y a largo plazo, evolucionarían.
El incremento de la amenaza de los depredadores transformaría a muchos animales y plantas. Después de unos pocos siglos, dice Lafferty, la evolución cambiaría los "tipos de defensas que los animales y las plantas adquieren: más espinas, conchas más gruesas, químicos desagradables".
Parásitos... ¿gracias?
Los cambios pueden ser particularmente dramáticos en los océanos, apunta Luis Zaman, de la Universidad de Washington en Seattle.
Como están llenos de algas y otros microorganismos -los cuales directa o indirectamente alimentan a otros animales- que "están constantemente batallando con virus", lo que mantiene la población controlada, "si se extraen todos los parásitos del ecosistema, probablemente colapsará".
Pero además de controlar poblaciones, los parásitos tienen otro efecto más a largo plazo: impulsan la evolución de nuevas especies.
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No hay un ritual de cortejo como el de las aves de emparrado. Viven en los bosques de Nueva Guinea y Australia, y los machos hacen bellas obras de arte para atraer a su pareja. Construyen un emparrado o una especie de quiosco con ramitas y lo decoran con objetos de colores brillantes, como frutas, conchas y hasta cosas hechas por el hombre, como lápices.
Las hembras sólo copulan con ellos si la obra es de excelente calidad.
La teoría es que la evolución de esta extraordinaria exhibición se debe a los parásitos. Y a ellos se les atribuyen también otros asombrosos atributos sexuales, como las dramáticas plumas de las colas de los pavos reales, la gran melena de los leones y los teátricos cuernos del carnero.
A principios de los años 80, W.D. Hamilton y Marlene Zuk estudiaron los despliegues sexuales de los pájaros norteamericanos. Notaron que las especies que eran más propensas a tener parásitos en la sangre tendían a ser más espectaculares: el plumaje de los machos y las hembras eran más coloridos, y los machos cantaban mejor.
FUENTE DE LA IMAGEN,THINKSTOCK
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Aunque estamos programados para hacerlo, podríamos llegar a dejar de tener relaciones sexuales.
Si los parásitos impulsaron la evolución del sexo, ¿si nos deshiciéramos de ellos dejaríamos de practicarlo?
"Podríamos llegar al punto en el que la asexualidad se volviera prevalente", reflexiona Morran.
Le sucedería primero a especies más pequeñas, especula. Los humanos estamos tan programados a tener relaciones sexuales que pasaría mucho tiempo antes de que nuestra especie se volviera asexual o se autofertilizara. Pero si sucediera, seríamos más genéticamente parecidos.
Y los machos tenderían a ser obsoletos: "en áreas en las que los parásitos son raros, los caracoles machos empiezan a desaparecer y las hembras se reproducen solas", dice Lafferty.
Así que más que tratar de eliminar a los parásitos del mundo, algunos científicos ahora están proponiendo que los conservemos, así como lo hacemos con los pandas y los tigres.
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