CLARA ENRÍQUEZ DE POBEDA
Sabido es que don Joaquín Inclán fue uno de los que rindió su vida, cayendo como bueno y como patriota, en la batalla de Arica. Una vez que se tuvo noticias en Tacna del desastre del Morro, las familias no pensaron sino en buscar los medios, de salvar los cadáveres de sus deudos, rescatándolos a cualquier precio. No era, sin embargo, operación muy sencilla, porque la soldadesca desenfrenada y ebria, se había entregado como tenía costumbre de hacerlo, al pillaje y por doquiera pisara su planta sembraba el terror y la desolación. El camino se hallaba interceptado por tropa chilena y era casi imposible, hacer la travesía, que mediaba entre el pueblo de Tacna, y el puerto de Arica.
Ese imposible no existía para Clara Enríquez, que no tuvo otro pensamiento que penetrar al teatro del combate, buscar los cadáveres de sus compatriotas y de manera especial, el de su señor, don Joaquín Inclán: prestar a los heridos o prisioneros, cuantos auxilios, estuviera en su mano el suministrarles.
En medio de mil penalidades, practicó el viaje, escondiéndose en unos momentos, burlando la ronda en el mayor número de casos, y escurriéndose y agazapándose como si fuera una criminal. Por fin llegó a Arica, en condiciones tales, de fatiga y extenuación, que casi no podía sostenerse en pié. De todos modos, se rehízo pronto, y trató de inquirir por la suerte de los prisioneros peruanos, particularmente de los de su casa y prestar a los heridos, los servicios que necesitaran en esos momentos, en que parecía, que estaban olvidados del mundo entero.
Al tener noticias de que los prisioneros se hallaban con centinela de vista, instalados en el local de la Aduana, procuró buscar su alojamiento, en una casita inmediata, para estar al tanto de la suerte que corrían.
Allí tuvo noticias de la muerte gloriosa de los peruanos en el Morro, y de la imposibilidad de rescatar los cadáveres, porque la mayor parte, habían sido quemados, a poco rato de terminada la refriega.
No le faltó un ardid, para penetrar a la casa de los presos, y entonces les expuso lo que había hecho, para poderlos ayudar en lo que creyeran conveniente.
Fue, en esos supremos instantes, cuando reconoció al Sargento 1° Juan José Vildoso, y al acercarse a él, para que le diera noticias de la suerte del señor Inclán, le comunicó que tenía una misión muy importante que confiarle, y que si se sentía capaz de cumplirla. Todo cuanto sea necesario haré por ustedes, les contestó; para eso he venido, corriendo los más graves peligros. Escúchame bien lo que vas a hacer. He podido salvar la gloriosa bandera del Estado Mayor, que permaneció izada, durante todo el tiempo que duró el combate, y que tuve la precaución de recoger y guardarla, una vez que me convencí de que la derrota era inevitable. La doblé prolijamente, y me la arrollé en la cintura, donde aún la guardo, debajo de mi casaca. Así pude salvar ese trofeo querido, evitando el que los chilenos la hubieran infamado.
Ahora lo interesante es sacarla de aquí, porque estoy condenado a muerte, y al encontrarla el enemigo en mi cadáver, seguro es que la llevarían en triunfo. Clara Enríquez, se ofreció a salvarla, y recibiéndola de Vildoso, en un momento de descuido, la envolvió en su cuerpo, debajo de las faldas, con presteza tan grande, que no pudo ser vista de nadie. Luego salió tranquila y erguida, en medio de los guardias la gloriosa bandera del Estado Mayor. Paso a paso, llegó a su alojamiento, en el que no podía tener amplia confianza, y esa enseña sagrada, que se le daba a guardar constituía el mayor peligro, porque al encontrársela, se le habría averiguado, el como la había adquirido.
No pudo desde ese momento, ni aun desvestirse para descansar, porque solo tenía confianza en mantenerla pegada a su cuerpo, convirtiéndose así en su salvaguardia.
Si el viaje de ida a Arica, fue para Clara lleno de peligros, es de suponerse cuantos mayores encerraría el de regreso, y como demoró buen número de días en ejecutarlo, a fin de no sembrar en nadie la menor sospecha.
Después de sufrimientos inauditos, y llevando el alma transida de pena, ante el espectáculo de sangre y desolación, que se había presentado en Arica, cuando todavía humeaban los cañones, penetró en Tacna, en la media noche, como enloquecida, y se dirigió directamente a la casa del Sargento Vildozo, a entregar a la madre de este, la bandera, cumpliendo así, el encargo que se le hiciera en los momentos en que, ese valiente defensor de su patria, había hecho su despedida a la vida.
Vildozo fue perdonado de ser fusilado y quedó como prisionero, siendo después dejado en libertad, y conservando esa insignia sagrada por espacio de cuarenta años. (García y García, 1924, pp. 382-384
según la lectura
¿A qué crees que se debe las diferentes formas de participación de las mujeres en el relato presentado?
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ejército chileno?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
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El 23 de mayo de 1880, el ejército chileno derrotó al ejército peruano en la Batalla de Arica. Tras la victoria, los chilenos se dedicaron a saquear la ciudad y a matar a los prisioneros peruanos. Clara Enríquez, una mujer peruana, se enteró de la situación y decidió viajar a Arica para ayudar a los heridos y buscar los cadáveres de los caídos. Clara tuvo que enfrentar grandes obstáculos y peligros, pero finalmente logró cumplir su misión.
Diferentes formas de participación de las mujeres en el relato presentado
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La actitud de los personajes ante una situación tan crítica como es la presencia del ejército chileno
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