Musica, pregunta formulada por sofiakristeldelgadom, hace 8 meses

características del poema hojas secas de Manuel Acuña​

Respuestas a la pregunta

Contestado por avelasquez08
2

Respuesta:

Hola!!!

Explicacion:

Aún más que con los labios

hablamos con los ojos;

con los labios hablamos de la tierra,

con los ojos del cielo y de nosotros.

2

Cuando volví a mi casa

de tanta dicha loco,

fue cuando comprendí muy lejos de ella

que no hay cosa más triste que estar solo.

3

Radiante de ventura,

frenético de gozo,

Mañana que ya no puedan

encontrarse nuestros ojos,

y que vivamos ausentes,

muy lejos uno del otro,

que te hable de mí este libro

como de ti me habla todo.

Cada hoja es un recuerdo

tan triste como tierno

de que hubo sobre ese árbol

un cielo y un amor;

reunidas forman todas

el canto del invierno,

la estrofa de las nieves

y el himno del dolor.

Mañana a la misma hora

en que el sol te besó por vez primera,

sobre tu frente pura y hechicera

caerá otra vez el beso de la aurora;

pero ese beso que en aquel oriente

cayó sobre tu frente solo y frío,

mañana bajará dulce y ardiente,

porque el beso del sol sobre tu frente

bajará acompañado con el mío.

En Dios le exiges a mi fe que crea,

y que le alce un altar dentro de mí.

¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea

para que yo ame a Dios, creyendo en ti!

Si hay algún césped blando

cubierto de rocío

en donde siempre se alce

dormida alguna flor,

y en donde siempre puedas

hallar, dulce bien mío,

violetas y jazmines

muriéndose de amor;

yo quiero ser el césped

florido y matizado

donde se asienten, niña,

las huellas de tus pies;

yo quiero ser la brisa

tranquila de ese prado

para besar tus labios

y agonizar después.

Si hay algún pecho amante

que de ternura lleno

se agite y se estremezca

no más para el amor,

yo quiero ser, mi vida,

yo quiero ser el seno

donde tu frente inclines

para dormir mejor.

Yo quiero oír latiendo

tu pecho junto al mío,

yo quiero oír qué dicen

los dos en su latir,

y luego darte un beso

de ardiente desvarío,

y luego... arrodillarme

mirándote dormir.

Las doce... ¡adiós...! Es fuerza que me vaya

y que te diga adiós...

Tu lámpara está ya por extinguirse,

y es necesario.

—Aún no—.

Las sombras son traidoras, y no quiero

que al asomar el sol,

se detengan sus rayos a la entrada

de nuestro corazón. . .

—Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas

queda velando Dios?

—¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras

al lado del amor?

—Cuando te duermas ¿me enviarás un beso?

—¡Y mi alma!

—¡Adiós...!

Lo que siente el árbol seco

por el pájaro que cruza

cuando plegando las alas

baja hasta sus ramas mustias,

y con sus cantos alegra

las horas de su amargura;

lo que siente pro el día

la desolación nocturna

que en medio de sus angustias,

ve asomar con la mañana

de sus esperanzas una;

lo que sienten los sepulcros

por la mano buena y pura

que solamente obligada

por la piedad que la impulsa,

riega de flores y de hojas

la blanca lápida muda,

eso es al amarte mi alma

lo que siente por la tuya,

que has bajado hasta mi invierno,

que has surgido entre mi angustia

y que has regado de flores

la soledad de mi tumba.

Mi hojarasca son mis creencias,

mis tinieblas son la duda,

mi esperanza es el cadáver,

y el mundo mi sepultura...

Y como de entre esas hojas

jamás retoña ninguna;

como la duda es el cielo

de una noche siempre oscura,

y como la fe es un muerto

que no resucita nunca,

yo no puedo darte un nido

donde recojas tus plumas,

ni puedo darte un espacio

donde enciendas tu luz pura,

ni hacer que mi alma de muerto

palpite unida a la tuya;

pero si gozar contigo

no ha de ser posible nunca,

cuando estés triste, y en el alma

sientas alguna amargura,

yo te ayudaré a que llores,

yo te ayudaré a que sufras,

y te prestaré mis lágrimas

cuando se acaben las tuyas.

VIII

cogí una pluma, le escribí a mi madre,

y al escribirle se lo dije todo.

4

Después, a la fatiga

cediendo poco a poco,

me dormí y al dormirme sentí en sueños

que ella me daba un beso y mi madre otro.

5

¡Oh sueño, el de mi vida

más santo y más hermoso!

¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto

gozo con tu recuerdo de este modo!

IX

Cuando yo comprendí que te quería

con toda la lealtad de mi corazón,

fue aquella noche en que al abrirme tu alma

miré hasta su interior.

Rotas estaban tus virgíneas alas

que ocultaba en sus pliegues un crespón

y un ángel enlutado cerca de ellas

lloraba como yo.

Otro tal vez, te hubiera aborrecido

delante de aquel cuadro aterrador;

pero yo no miré en aquel instante

más que mi corazón;

y te quise tal vez por tus tinieblas,

y te adoré, tal vez, por tu dolor,

¡que es muy bello poder decir que el alma

ha servido de sol...!

X

Las lágrimas del niño

la madre enjuga,

las lágrimas del hombre

las seca la mujer...

¡Qué tristes las que brotan

y bajan por la arruga,

del hombre que está solo,

del hijo que está ausente,

del ser abandonado

que llora y que no siente

ni el beso de la cuna,

ni el beso del placer!

XI

¡Cómo quieres que tan pronto

olvide el mal que me has hecho,

si cuando me toco el pecho

la herida me duele más!

Entre el perdón y el olvido

hay una distancia inmensa;

yo perdonaré la ofensa;

pero olvidarla... ¡jamás!  

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