Castellano, pregunta formulada por nietocruz648, hace 1 año

Capitulo 17 y 18 de la isla misteriosa

Respuestas a la pregunta

Contestado por luciheargueta
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Visita al lago. — La corriente indicadora. — Los proyectos de Cyrus Smith. — La grasa de

dugongo. — Empleo de las piritas esquistosas. — El sulfato de hierro. — Cómo se hace la

glicerina. — El jabón. — El salitre. — Ácido sulfúrico. — Ácido nítrico. — Otra explosión.

A la mañana del día siguiente, 7 de mayo, Cyrus Smith y Gideon Spilett, dejando a Nab preparar el

almuerzo, subieron a la meseta de la Gran Vista, mientras Harbert y Pencroff marchaban río arriba

a fin de renovar la provisión de leña.

El ingeniero y el corresponsal llegaron pronto a la pequeña playa, situada junto a la punta sur del

lago y donde había ido a parar el anfibio. Bandadas de aves se habían abatido sobre aquella masa

carnosa y fue preciso ahuyentarlas a pedradas, porque Cyrus Smith deseaba conservar la grasa

del dugongo y utilizarla para las necesidades de la colonia. En cuanto a la carne del animal, no

podía menos de suministrar un alimento excelente, pues en ciertas regiones de Malasia se reserva

especialmente para la mesa de los indígenas importantes. Pero era asunto de la incumbencia de

Nab.

En aquel momento Cyrus Smith tenía en su cabeza otros proyectos. El incidente de la víspera no

se había borrado de su memoria y no dejaba de preocuparlo. Quería penetrar en el misterio de

aquel combate submarino, y saber cuál era el congénere de los mastodontes, o de otros monstruos

marinos, que había causado al dugongo una herida tan extraña.

Estaba en la orilla del lago, mirando, observando, pero nada aparecía bajo las aguas tranquilas, que

resplandecían heridas por los primeros rayos del sol.

En aquella playa, donde estaba el cuerpo del dugongo, las aguas eran poco profundas, pero

desde aquel punto el fondo del lago iba bajando poco a poco, y era probable que en el centro la

profundidad fuese muy grande. El lago podía considerarse como una ancha cuenca llenada con las

aguas del Arroyo Rojo.

-Y bien, Cyrus -dijo el corresponsal-; me parece que esas aguas no ofrecen nada sospechoso.

-No, querido Spilett -contestó el ingeniero-; no acierto a explicar el incidente de ayer

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