biografia de RAMON MARIO CAROSINI RUIZ DIAZ
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A finales de agosto de 1960, en Asunción (Paraguay) comenzó la historia de Ramón Mario Carosini Ruíz Díaz. Monchi estáconsiderado uno de los mejores jugadores de fútbol sala de todos los tiempos. Sin embargo, cualquiera que busque su biografía en internet verá que muchos de los artículos referencian a un tal Doctor Carosini.
Se trata de la misma persona. Porque siempre siguió un camino doble, el de la traumatología y el del fútbol sala, y en ambos triunfó. Pasó de revolucionar un deporte que estaba prácticamente naciendo, con infinidad de regates, amagos y otros gestos técnicos que envidiaría el mismísimo Ricardinho, a estudiar de la mano del Dr. Pedro Guillén, uno de los mayores especialistas en traumatología deportiva del mundo.
Carosini era un buen estudiante, un chico que estudiaba medicina en el Don Bosco de Paraguay. En fútbol comenzó como portero (“éramos cuatro hermanos y yo era el más pequeño, así que tenía que conformarme con ocupar el arco”, contó en una entrevista en 2011 a ABC). Con su paso al fútbol-7 comenzó a ocupar la posición de lateral. Sin embargo, nunca hasta ese momento había practicado el fútbol sala, pero allí, Ramón Giménez, su profesor, decidió confeccionar un equipo de ex alumnos de la institución. Y su vida cambió para siempre.
Sucesivos viajes le llevaron hasta España, donde disputaría un amistoso con su selección. Una llamada de José María García y Manuel Saorín le llevaron, tras el Mundial del 85, a realizar un stage con el equipo madrileño, llegando a debutar un partido oficial. Tras dos semanas volvió a Paraguay. ¿El motivo? “Me quedaba un año para terminar medicina”, cuenta. “Aprendí mucho sobre traumatología. Me fue muy duro rendir al máximo en el quirófano y en la pista al mismo tiempo”, reconocería tiempo después de su retirada.
Una carrera por ser el mejor
Pero la ambición del joven Carosini no era solo con los estudios. Con 20 años disputó el Mundial de 1982, su primera experiencia internacional. Paraguay cayó derrotada con Brasil, dominadora absoluta del futsal en aquel momento, pero el joven Monchi al menos sí consiguió hacerse con el galardón al máximo goleador del torneo. El premio por tal honor sonrojaría a los organizadores de cualquier torneo actual: un reloj Cassio. Eso sí, digital.
Tres años después, en el Mundial de España’85 – donde la Albirroja quedó tercera – dio un paso más y fue nombrado mejor jugador del torneo, por delante del brasileño Jackson, que había conquistado dicho galardón en el último torneo.
No fue pionero. Ni siquiera fue el primer paraguayo en dar el salto. En 1984 el propio Carosini había puesto en contacto a Ricardo Rojas, compañero suyo de selección con el añorado Juan Manuel Gozalo, quien dirigía por entonces la sección deportiva de Radio Nacional de España. Gozalo realizó las gestiones para que Rojas llegase al Escuela Caja Segovia.
España, un país sin organización
En España, el fútbol sala estaba comenzando a profesionalizarse, y apenas un puñado de jugadores eran de otra nacionalidad. La llegada de Carosini aumentaría el total – en ese momento – hasta diecinueve. Por entonces, la Federación Española de Fútbol Sala permitía únicamente dos extranjeros por equipo. De los citados 19, únicamente diez jugaban en Primera División en el momento de la llegada de Carosini: el venezolano Arnaldo Rustchy y él en Interviú, cinco brasileños (Climaco, Ricardo de Sousa, Sergio do Monte, Humberto Pontes y Beto), otros dos paraguayos (el mencionado Ricardo y su hermano Isaac Rojas) y un marroquí (Yunes).
Por un lado, para venir a España, debían justificar su presencia con un contrato de trabajo o un certificado de estudios, por lo que antes de jugar al fútbol sala debían buscar una ocupación “principal”. Ambas cuestiones propiciaban la ausencia de talento extranjero en España. Además, lejos de lo que sucede actualmente, los salarios por aquella época oscilaban entre las 50.000 pesetas (unos 300€) y las 300.000 (1800€), más gastos de manutención y alojamiento. Sin ser un sueldo bajo para la época, la inflación no había llegado al fútbol sala, por lo que muchos jugadores querían venir pero no les resultaba rentable.
Como ejemplo, varios clubs preguntaron por Jackson. Al enterarse de su sueldo en Brasil (unos siete millones de pesetas, más de 42.000 euros), lo desestimaron inmediatamente. El primer contrato de Carosini, jugador que había quedado por delante de él en el Mundial, ascendía a 1.000 dólares al mes.
Y eso que el paraguayo era un fichaje top. Luis Gómez, periodista de “El País”, afirmaba en un artículo de la época que “el fichaje de Carosini le da una categoría de alto nivel al fútbol sala de este país”. El mejor jugador de España’85 repitió galardón en Australia’88. Además, conquistó el ansiado Mundial FIFUSA (competición no auspiciada por la FIFA que equivalía por entonces al Mundial de fútbol) a Brasil.
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