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Respuestas a la pregunta
Respuesta:
del objeto que se propone, ya que las valoraciones culturales resultan fundamentales para una interpretación acertada. (Rojas, 1994: 197-198).
Para estos autores, entonces, la metáfora constituye un modo de pensar el mundo y organizar en forma coherente un concepto, a través de un vínculo analógico con un objeto de otro orden. Por lo tanto, no es sólo un recurso retórico característico de un registro literario[5]:
La metáfora está en el origen mítico de nuestras religiones (el árbol de la ciencia, el árbol de la vida), e incluso en la base de los más importantes hallazgos científicos[6] (Pujante, 2003: 206).
Lakoff y Johnson, en Metáforas de la vida cotidiana (1986) postulan tres tipos de estructuras conceptuales metafóricas:
1. Metáforas orientacionales: sistematizan una red global de conceptos en relación con otros. Nacen de nuestra interacción con el mundo físico. Se vinculan, mayormente, a la orientación espacial: arriba/abajo, derecha/izquierda, dentro/fuera, delante/detrás, profundo/superficial, central/periférico. Ej.: ‘estatus alto’, ‘cuesta abajo’, ‘alta fidelidad‘, ‘bajos instintos’ ‘levantar el ánimo’ ‘tener un bajón’, ‘amanecer con el pie izquierdo’, ‘estar a la derecha del Padre’, etc.
2. Metáforas ontológicas: categorizan un fenómeno de forma peculiar mediante su consideración como entidad, sustancia, recipiente, individuo, etc. para tornar sus rasgos constitutivos más concretos y tangibles. Ej.: ‘El cerebro humano es un recipiente’: ‘no cabe en la cabeza de nadie’, ‘me entran los contenidos a presión’; ‘¿tenés algo en mente?’, etc.
3. Metáforas estructurales: organizan una actividad o noción en términos de otra. Desde una metáfora central van generándose nuevas que sirven para explicar aspectos parciales, pero que son consistentes con la metáfora inicial global. Es decir, permiten entender un dominio de la experiencia a partir de otro, por medio de una proyección (mapping) de los elementos constitutivos del dominio origen a los del dominio destino. Ej.: ‘un discurso es un tejido’: ‘se puede perder el hilo’, ‘las ideas están mal hilvanadas’, ‘falta un hilo conductor’, ‘este argumento está bien tramado’, ‘el cuento tiene un nudo y un desenlace’, ‘se atan cabos’, ‘se hila muy fino’, etc.
Por su parte, para Calsamiglia Blancafort y Tusón Valls (1999: 346-347) el uso metafórico del lenguaje posee -además de la función ‘estética’ y ‘cognitiva’ ya abordadas- poder ‘persuasivo’, ‘expresivo’ y ‘epistémico’, puesto que, por un lado, supone inteligencia, ingenio y sensibilidad para asociar situaciones diversas, y por otro, a veces, obedece a la necesidad de explicar atributos abstractos o difíciles de describir.
Finalmente, siguiendo a Lázaro Carreter (1977) diferenciaremos las metáforas ‘lingüísticas, léxicas o fósiles’ -expresiones que originalmente fueron metáforas, pero que han dejado de serlo y se han incorporado a la lengua (hoja de papel, cabeza de ajo, cuello de botella)- de las ‘literarias’ -formas que pertenecen al habla, como modalidad individual de un escritor o de un hablante.
Desde otra perspectiva -aquella que contempla el tipo de analogía entre el elemento de origen y el de destino, es decir, la clase de sustitución que se efectúa-, Martínez Amador (1953) distingue cuatro variedades de metáforas:
1. Entre seres animados: ‘ese hombre es un zorro’, ‘esa mujer es una hiena’, etc.
2. Entre cosas inanimadas: ‘la cumbre del poder’, ‘la nave del estado’, etc.
3. De lo inanimado a lo animado: ‘la familia es el pilar de la sociedad’, etc.
4. De lo animado a lo inanimado: ‘el gusano de la conciencia’, etc.
Explicación:
hay está miciela