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El número de niños trabajadores en el mundo en la actualidad se sitúa en 168 millones, un tercio menos que en el 2000. Esto es a la vez estimulante y preocupante. Es alentador porque en Myanmar fueron rescatados niños soldados de 11 años, en Malawi niñas ya no trabajan desde el amanecer hasta la noche realizando tareas domésticas y ahora pueden ir a la escuela, y en Rumanía niños forzados a mendigar ahora están a salvo en centros de rehabilitación.
Pero es preocupante porque 168 millones es todavía un número muy alto. Si se reuniesen a todos los niños trabajadores en un sólo país, éste sería el octavo país más poblado del mundo, aún más que Bangladesh o Rusia. Aún con los progresos de los últimos años, el mundo no alcanzará, al ritmo actual, el objetivo de eliminar las peores formas de trabajo infantil para 2016.
Según las últimas estimaciones mundiales de la Organización Internacional del Trabajo, 85 millones de niños entre 5 y 17 años realizan trabajos que ponen directamente en peligro su salud, seguridad y desarrollo. La gran mayoría trabaja en la agricultura, pero también están presentes en otros sectores, trabajando en las minas, víctimas de la trata y de abusos en el comercio sexual, obligados a pedir limosna, explotados en el trabajo doméstico, forzados a enrolarse en milicias o ejércitos.
Poco menos de la mitad de los niños trabajadores tienen entre 5 y 11 años y la mayoría son varones (aunque es posible que las cifras subestimen la participación de las niñas en formas de empleo menos visibles, como el trabajo doméstico). En Asia y el Pacífico se encuentra el mayor número de niños trabajadores (78 millones) y África subsahariana registra la incidencia más alta de trabajo infantil (21 millones). Pero este no es un problema de los países pobres o en desarrollo: también hay niños trabajadores en los países ricos, incluso en Estados Unidos y Europa occidental.
El trabajo infantil es un problema global que precisa de una respuesta desde todos los ángulos. Esto significa medidas dirigidas a reducir la pobreza, mejorar la educación, exigir el cumplimiento de la ley, mejorar las perspectivas de empleo para los adultos y garantizar que emplear a niños por debajo de la edad mínima de admisión al empleo no produzca beneficios.
A través a la combinación correcta de políticas, la cooperación técnica y el apoyo de los donantes cuando es necesario, el trabajo infantil puede ser erradicado. Véase Malawi, por ejemplo, uno de los países más pobres del mundo, donde cerca 30 por ciento de los niños entre 5 y 15 años está atrapado en trabajo infantil. Niños como Ethel, de ocho años, quien no va a la escuela para ayudar a sus padres a recoger la cosecha de tabaco y sufre de dolores de cabeza y de estómago.
Malawi adoptó un plan de acción nacional que combina un sistema de supervisión, inversiones en infraestructuras y participación de la comunidad, y comprende desde los funcionarios de distritos encargados del trabajo infantil que pueden arrestar a los hacendados que explotan a los niños hasta los jefes tradicionales que promueven la erradicación del trabajo infantil. El plan, financiado por el Departamento de Trabajo de Estados Unidos desde 2009, ha permitido la liberación de 5.500 niños trabajadores.
Sin embargo, justo ahora que necesitamos redoblar los esfuerzos, algunos países podrían sentirse menos estimulados a financiar programas para combatir el trabajo infantil justamente porque los números están disminuyendo.
Docenas de países se reúnen hoy en Brasilia, la capital de Brasil, en la tercera conferencia global sobre el trabajo infantil , ellos tienen una oportunidad única de demostrar lo que pueden lograr los esfuerzos internacionales y la voluntad política nacional. Ellos deben renovar su compromiso de librar al mundo de las peores formas de trabajo infantil para 2016, y de eliminarlas completamente para 2020. Tenemos 168 razones para hacerlo.