Ay, ese mar soy yo; mis ilusiones y mis placeres son esas ciudades, que en su justicia Dios volvió carbones, en pena de sus hondas liviandades. Ninguna idea por mi mente cruza, pues todas las rehúsan; ni al bien ni al mal doy en mí ser sustento, ni aun al vendaval de las pasiones turba este inexorable abatimiento.
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