Autores que hablan sobre el problema fundamental de la filosofia
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La filosofía nace como el intento desvergonzado de encontrar aclaración,
empleando palabras, sobre lo que somos y hacemos. La insolencia del intento
estriba en que la ignorancia quiera ser índice de la verdad. Sócrates, que asegura no
tener nada que enseñar a sus interlocutores, se presenta sin embargo como
dichosamente facultado para ayudarles a distinguir lo verdadero de lo falso. Tal
atrevimiento queda un tanto compensado, desde luego, porque el filósofo no
afronta cuestiones inauditas, porque la filosofía no se moviliza en el vacío: se
entretiene, a decir verdad, con lo que manifiestamente somos y con lo que ya
hacemos. Su punto de partida es siempre una tendencia, un hábito, una institución.
No lo fue, al menos históricamente, una reflexión sin presuposiciones, una
especulación sobre puras posibilidades, emprendida anónimamente. Es la capacidad
de adoptar un punto de vista impersonal, empleando un lenguaje diáfano, sobre
temas completamente generales el raro efecto histórico de muchos protagonismos
colectivos, empleando contingentes lenguajes naturales, para resolver dificultades
prácticas concretas. Cuando nace la filosofía, los seres humanos han inventado hace
tiempo las herramientas, las máquinas, el cultivo de la tierra, la domesticación de
los animales, la ley, la justicia, el comercio, la guerra, el arte, la religión, esto es, por
decirlo brevemente, la vida humana.
La primera de las actividades sobre las que reflexiona la filosofía es,
propiamente, el decir. Pues los hombres viven, se mueven, existen en el elemento
que llamamos lenguaje. Aristóteles considera nuestra especie la de los animales que
tienen lógos (Política, 1253a), la de los animales que hablan y, en particular, dan
cuenta, hablando, de lo que hacen. Pero el ser humano posee lenguaje en la misma
medida en que es poseído por el lenguaje: convence a otros como se convence a sí
mismo, hace promesas como se propone metas, persuade en voz alta como delibera
en voz baja, testifica sobre lo que ha visto como crea sus propios recuerdos
narrando para sus adentros lo que ha experimentado y padecido.
La filosofía cultiva el esclarecimiento de los sistemas de acciones y palabras a
los que el ser humano se aupó originariamente a sí mismo y a los que los
descendientes del ser humano se unen una vez que se han establecido. Es más, se
empleando palabras, sobre lo que somos y hacemos. La insolencia del intento
estriba en que la ignorancia quiera ser índice de la verdad. Sócrates, que asegura no
tener nada que enseñar a sus interlocutores, se presenta sin embargo como
dichosamente facultado para ayudarles a distinguir lo verdadero de lo falso. Tal
atrevimiento queda un tanto compensado, desde luego, porque el filósofo no
afronta cuestiones inauditas, porque la filosofía no se moviliza en el vacío: se
entretiene, a decir verdad, con lo que manifiestamente somos y con lo que ya
hacemos. Su punto de partida es siempre una tendencia, un hábito, una institución.
No lo fue, al menos históricamente, una reflexión sin presuposiciones, una
especulación sobre puras posibilidades, emprendida anónimamente. Es la capacidad
de adoptar un punto de vista impersonal, empleando un lenguaje diáfano, sobre
temas completamente generales el raro efecto histórico de muchos protagonismos
colectivos, empleando contingentes lenguajes naturales, para resolver dificultades
prácticas concretas. Cuando nace la filosofía, los seres humanos han inventado hace
tiempo las herramientas, las máquinas, el cultivo de la tierra, la domesticación de
los animales, la ley, la justicia, el comercio, la guerra, el arte, la religión, esto es, por
decirlo brevemente, la vida humana.
La primera de las actividades sobre las que reflexiona la filosofía es,
propiamente, el decir. Pues los hombres viven, se mueven, existen en el elemento
que llamamos lenguaje. Aristóteles considera nuestra especie la de los animales que
tienen lógos (Política, 1253a), la de los animales que hablan y, en particular, dan
cuenta, hablando, de lo que hacen. Pero el ser humano posee lenguaje en la misma
medida en que es poseído por el lenguaje: convence a otros como se convence a sí
mismo, hace promesas como se propone metas, persuade en voz alta como delibera
en voz baja, testifica sobre lo que ha visto como crea sus propios recuerdos
narrando para sus adentros lo que ha experimentado y padecido.
La filosofía cultiva el esclarecimiento de los sistemas de acciones y palabras a
los que el ser humano se aupó originariamente a sí mismo y a los que los
descendientes del ser humano se unen una vez que se han establecido. Es más, se
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