atrás en tu cuaderno a través de un esquema desarrolla las causas y efectos de las dictaduras militares en América Latina
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El militarismo es uno de los tantos síntomas del subdesarrollo político de una sociedad. En las sociedades avanzadas el sometimiento de las fuerzas militares al poder civil es un axioma. El militarismo es, por tanto, un problema del tercer mundo.
En lo que a América Latina y el Caribe se refiere, se pueden diferenciar dos períodos en el militarismo: el primero fue el que se estableció en las décadas de los años 30, 40 y 50 del siglo XX sobre algunos países de la región, con las dictaduras de los Trujillo, Batista, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza, Perón, Rojas Pinilla, Odría, Duvalier (y con la reproducción tardía de la dictadura de Pinochet en Chile, que pese a haber surgido en 1973 obedeció a los viejos designios conservadores de estos gobiernos de facto).
Fueron dictaduras muy represivas y conservadoras al servicio de los intereses de los grupos dominantes.
El segundo período se extendió durante las décadas de los años 60 y 70 en que irrumpieron las dictaduras nasseristas inspiradas por los mandos medios de las fuerzas armadas, que demostraron cierta sensibilidad social. Todas ellas adoptaron como doctrina política la seguridad nacional, establecieron institutos de altos estudios militares, adoptaron ciertas reformas sociales (reforma agraria, reforma tributaria), aumentaron el tamaño del Estado, lo modernizaron, crearon entidades públicas para el manejo de los
principales recursos naturales. Fueron regímenes tecnocráticos con respaldo militar —algunos de ellos con ideas progresistas— que en alianza con profesionales y tecnócratas modernizantes instrumentaron ciertas reformas sociales e impulsaron programas desarrollistas. Tal fue el caso de los gobiernos de Ovando en Bolivia, Velasco Alvarado en Perú, Omar Torrijos en Panamá, Rodríguez Lara en Ecuador. Estos gobiernos extendieron la gestión del Estado hacia nuevas áreas las llamadas áreas estratégicas de la economía y al comienzo marginaron de la influencia pública a los grupos tradicionales aunque después se alejaron progresivamente de sus metas sociales originarias y, penetrados por las oligarquías, perdieron su compromiso con los estratos más pobres de la población y con la justicia social que invocaron para tomar el poder.
Mucho tuvo que ver en ello la llamada doctrina de la seguridad nacional, que fue el nombre con que se designó durante el período de la Guerra Fría al conjunto de principios político-militares formulados en la década de los años 60 del siglo pasado por los ideólogos militares norteamericanos con el propósito de contrarrestar la amenaza comunista en los países del Tercer Mundo.
Estos principios fueron recogidos por las elites militares de Brasil, Argentina, Chile y de otros países de América Latina, que contribuyeron a desenvolverlos y a difundirlos en lo que llamaron la doctrina de la seguridad nacional con la pretensión de suplantar a las ideologías políticas y de subsumir en su planteamiento global todos los objetivos nacionales permanentes del Estado.
En la difusión de ellos fue una pieza clave la “Escuela de las Américas” fundada por el gobierno norteamericano en 1946 con el nombre de “Centro Latinoamericano de Adiestramiento” en el Fuerte Amador de la zona del canal de Panamá, con el propósito de capacitar a los oficiales de las fuerzas armadas de la región. En 1963 fue cambiado por “U.S. Army School of the Americas” (mejor conocida como “Escuela de las Américas”). Finalmente, bajo las estipulaciones de los tratados Torrijos-Carter sobre el Canal de Panamá, firmados en 1977, la “Escuela de las Américas” fue reubicada en Fort Benning, Georgia, en 1984, y designada como escuela de entrenamiento y doctrina del ejército de los Estados Unidos.
Hasta 1990 por esta institución habían pasado más de 53.000 oficiales, cadetes y personal de tropa de 22 países de América Latina y el Caribe, que recibieron entrenamiento en operaciones militares conjuntas, técnicas de contrainsurgencia, armas combinadas, operaciones especiales, conflictos de baja intensidad, lucha contra el narcotráfico y decenas de cursos diferentes basados en la teoría de entrenamiento del ejército norteamericano.
La doctrina de la seguridad nacional se presentó como un típico producto de la Guerra Fría. Su tesis de fondo fue que entre la “civilización occidental” y el comunismo había un “estado de guerra”, por lo que era menester formar en cada país un frente interno de lucha contra esa ideología “foránea”. Imbuidos de la mentalidad “pentagonista” de ese tiempo, los jefes militares latinoamericanos y del Caribe equipararon al “enemigo interno” con el agresor externo. El Pentágono propuso como solución alternativa las dictaduras militares frente a las democracias de tipo liberal, consideradas demasiado débiles para la “construcción nacional” (nation-building) y para la lucha anticomunista.
En lo que a América Latina y el Caribe se refiere, se pueden diferenciar dos períodos en el militarismo: el primero fue el que se estableció en las décadas de los años 30, 40 y 50 del siglo XX sobre algunos países de la región, con las dictaduras de los Trujillo, Batista, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza, Perón, Rojas Pinilla, Odría, Duvalier (y con la reproducción tardía de la dictadura de Pinochet en Chile, que pese a haber surgido en 1973 obedeció a los viejos designios conservadores de estos gobiernos de facto).
Fueron dictaduras muy represivas y conservadoras al servicio de los intereses de los grupos dominantes.
El segundo período se extendió durante las décadas de los años 60 y 70 en que irrumpieron las dictaduras nasseristas inspiradas por los mandos medios de las fuerzas armadas, que demostraron cierta sensibilidad social. Todas ellas adoptaron como doctrina política la seguridad nacional, establecieron institutos de altos estudios militares, adoptaron ciertas reformas sociales (reforma agraria, reforma tributaria), aumentaron el tamaño del Estado, lo modernizaron, crearon entidades públicas para el manejo de los
principales recursos naturales. Fueron regímenes tecnocráticos con respaldo militar —algunos de ellos con ideas progresistas— que en alianza con profesionales y tecnócratas modernizantes instrumentaron ciertas reformas sociales e impulsaron programas desarrollistas. Tal fue el caso de los gobiernos de Ovando en Bolivia, Velasco Alvarado en Perú, Omar Torrijos en Panamá, Rodríguez Lara en Ecuador. Estos gobiernos extendieron la gestión del Estado hacia nuevas áreas las llamadas áreas estratégicas de la economía y al comienzo marginaron de la influencia pública a los grupos tradicionales aunque después se alejaron progresivamente de sus metas sociales originarias y, penetrados por las oligarquías, perdieron su compromiso con los estratos más pobres de la población y con la justicia social que invocaron para tomar el poder.
Mucho tuvo que ver en ello la llamada doctrina de la seguridad nacional, que fue el nombre con que se designó durante el período de la Guerra Fría al conjunto de principios político-militares formulados en la década de los años 60 del siglo pasado por los ideólogos militares norteamericanos con el propósito de contrarrestar la amenaza comunista en los países del Tercer Mundo.
Estos principios fueron recogidos por las elites militares de Brasil, Argentina, Chile y de otros países de América Latina, que contribuyeron a desenvolverlos y a difundirlos en lo que llamaron la doctrina de la seguridad nacional con la pretensión de suplantar a las ideologías políticas y de subsumir en su planteamiento global todos los objetivos nacionales permanentes del Estado.
En la difusión de ellos fue una pieza clave la “Escuela de las Américas” fundada por el gobierno norteamericano en 1946 con el nombre de “Centro Latinoamericano de Adiestramiento” en el Fuerte Amador de la zona del canal de Panamá, con el propósito de capacitar a los oficiales de las fuerzas armadas de la región. En 1963 fue cambiado por “U.S. Army School of the Americas” (mejor conocida como “Escuela de las Américas”). Finalmente, bajo las estipulaciones de los tratados Torrijos-Carter sobre el Canal de Panamá, firmados en 1977, la “Escuela de las Américas” fue reubicada en Fort Benning, Georgia, en 1984, y designada como escuela de entrenamiento y doctrina del ejército de los Estados Unidos.
Hasta 1990 por esta institución habían pasado más de 53.000 oficiales, cadetes y personal de tropa de 22 países de América Latina y el Caribe, que recibieron entrenamiento en operaciones militares conjuntas, técnicas de contrainsurgencia, armas combinadas, operaciones especiales, conflictos de baja intensidad, lucha contra el narcotráfico y decenas de cursos diferentes basados en la teoría de entrenamiento del ejército norteamericano.
La doctrina de la seguridad nacional se presentó como un típico producto de la Guerra Fría. Su tesis de fondo fue que entre la “civilización occidental” y el comunismo había un “estado de guerra”, por lo que era menester formar en cada país un frente interno de lucha contra esa ideología “foránea”. Imbuidos de la mentalidad “pentagonista” de ese tiempo, los jefes militares latinoamericanos y del Caribe equipararon al “enemigo interno” con el agresor externo. El Pentágono propuso como solución alternativa las dictaduras militares frente a las democracias de tipo liberal, consideradas demasiado débiles para la “construcción nacional” (nation-building) y para la lucha anticomunista.
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