argumento del perro del ciego lectura de; biblioteca virtual universal
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Luisa barrió la casa, arregló el cuarto de su abuelo y el suyo, encendió el fuego del hogar, -115- preparó el frugal almuerzo y luego se sentó junto a la ventana y se puso a coser. Transcurrieron tres horas sin que el abuelo volviese, y la niña empezó a estar inquieta. -Vecina -preguntó a una vieja que pasaba por la calle-, ¿ha visto V. al padre Teodoro? -Lo hallé a las siete cerca de la ciudad. Luisa siguió cosiendo, y como viera a un labrador conocido suyo, le dijo lo mismo que a la anciana. -A las ocho le hallé en el molino -respondió el hombre. Un momento después interrogaba la niña a un muchacho. -A las nueve -contestó el chico-, le encontré sentado en el camino, al parecer descansando. Luisa, estaba cada vez más intranquila, y ya iba a salir a la calle a buscar a su abuelo cuando Miro se acercó a la ventana; venía muy cansado y lanzaba ladridos lastimeros. -¿Qué pasa, mi buen perro -dijo Luisa llorando-, cómo es que vienes solo, dónde has dejado a tu amo? ¡Él que no quería llevarte! Si no hubiera sido por ti, yo no sabría de él, puesto que tú sólo vienes a darme noticias suyas. La niña salió de la casa, y el perro, luego -116- que la lamió las manos y se dejó acariciar, la guió hacia la carretera, donde Luisa no tardó en hallar a su abuelo, tendido en el suelo, pálido como un muerto y sin sentido. El pobre anciano había salido estando enfermo, y las fuerzas le habían faltado antes de regresar a su morada. Las lágrimas de Luisa conmovieron a unos arrieros, que cogieron al viejo y le llevaron al pueblo, donde le dejaron en su propia vivienda, al cuidado de la niña. Esta fue a llamar a un médico, que declaró al instante que el mal de Teodoro, aunque no era muy grave, se curaría lentamente. -¿Qué va a ser ahora de nosotros? -decía Luisa-; si salgo para pedir limosna, tengo que abandonar a mi abuelo; si me quedo aquí no habrá nada para alimentarnos él, mi buen Miro y yo. Cosía y bordaba con más afán que nunca, pero como sobraban mujeres que se dedicaban a esas labores en el pueblo no encontraba quien pagase las suyas. Hacía algunos días que Teodoro estaba en cama, lamentándose de su triste suerte; se habían agotado sus recursos, y el último pedazo de pan se había comido por la mañana. Miro -117- impacientado por el hambre, había salido, y Luisa cosía a la puerta de su casa. De pronto vio venir al perro, perseguido por un hombre. Miro entró en la morada de sus amos, y Luisa temerosa de que quisieran hacer algún daño a su compañero se encerró con él. Unos fuertes golpes, dados con un palo en la ventana, la hicieron asomarse a la reja, en tanto que el perro se ocultaba debajo de un banco, sin soltar un panecillo que llevaba cogido con los dientes. -¡Eh, muchacha! -gritó el hombre-, tu perro me ha robado un pan. O me pagas tú, o el animal lo pagará de otro modo. -Bueno, señor, yo no tengo dinero. -Y el perro hambriento se hace ladrón. -Mi Miro no es ladrón, se equivoca V.... ¿Tiene V. familia? -Mujer y un niño recién nacido -contestó el tahonero-; ¿pero eso qué tiene que ver? -Sí tiene; como me falta dinero entregaré a usted en cambio del panecillo, una gorrita para el chiquitín, con tal que no maltrate V. a mi perro. -Venga la gorra, y quedamos en paz. Luisa le dio un gorrito primorosamente hecho. - 118-
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