argumenta ,mediante un ensayo que significa que el hombre es un ser trascendente
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
La vida humana tiene su razón de ser en una creación que debe continuarse en
todo momento y en todos los seres humanos desde su concepción y más allá de
la vida material, y que responde al primigenio impulso creador de su espíritu. Esto
explica que el ser humano tenga la formidable misión de recrear en sí mismo la
obra de su propia creación, para hacerla extensiva a los demás seres humanos.
En suma, es preciso reconocer que una de las finalidades del ser humano es
llegar a descubrir su propia humanidad, para conformar su acción a la de su propia
naturaleza, una naturaleza a la vez inmanente y trascendente, por su doble
condición material y espiritual. Ortega y Gasset describe al ser humano
magistralmente, como “un centauro ontológico, mitad de él sumido en la materia,
mitad de él tendiendo hacia lo alto”. De hecho, los antiguos paganos reconocían la
necesidad de una identificación vivencial con lo trascendente, con Aquello que le
da sentido a la existencia humana. Aún los no-creyentes, que sienten la necesidad
de realización únicamente en el ámbito material, no dejan de reconocer que su
trascendencia en este mundo sólo puede concretarse mediante la impronta que
deja su espíritu en su paso por la vida: producción intelectual, artística, herencia
educativa, influencia en valores cívicos, morales, etc. Lo que generalmente no se
pregunta es: ¿por qué si mi obra debe trascender a mi vida, mi espíritu (o lo que
sea que haya en mí) no lo puede hacer?
La noción histórica de “humanismo” se ubica en el contexto de la cultura
renacentista. Existen poderosas razones para pensar así, pero en el fondo es un
error histórico y filosófico, porque el renacimiento se nutre del humanismo clásico
greco-romano, del cual el cristianismo había abrevado ya su imborrable impronta a
través de los Padres de la Iglesia (siglos II al V d. C.), así todos ellos judíos
helenizados o latinizados, que van de San Gregorio de Niza a San Agustín, de
éste a Santo Tomás de Aquino y el mismo Dante Alighieri (siglo XIII), cuya
formidable obra de filosofía política humanista, es prácticamente desconocida.
En todo caso, al Renacimiento se le llama humanista por haber colocado al ser
humano, con mayor énfasis, en el centro de la reflexión filosófica y de la creación
artística. Ello corresponde, ciertamente, al proceso histórico de la separación entre
la filosofía y la teología, y a la reflexión sobre el ser humano y el estudio acerca de
lo divino, proceso que había iniciado desde la Edad Media con la “teoría de las dos
espadas.”
El humanismo renacentista, sin embargo, es un humanismo que no niega la
trascendencia; ni siquiera lo hace su hijo el racionalismo cartesiano, quien pone a
Dios en el lugar de la “no-duda”, frente a todo lo demás que es sometido al
ejercicio racional de la “duda metódica”. Aun así, la libertad y la inmortalidad del
alma quedan dentro de las tesis que no pueden ponerse a discusión, Lo mismo
sucede con Kant y con Hegel, siglos después.
Existe, por otra parte, un humanismo moderno, de los siglos XIX, XX y XXI, que
rompe con todo lo anterior y propone una especie de “humanismo materialista”, en
el que no solamente se rechaza la espiritualidad esencial al ser humano, sino que
se preconiza la muerte de Dios y por lo mismo de todas las religiones frente al
avance avasallador de la ciencia, como única vía de explicación de la existencia
del universo y de la vida humana (Rousseau, Comte, Marx, Nietzsche, Sartre, etc).
“El ateísmo –ha escrito Marx- es el humanismo mediatizado por la supresión de la
religión, y el comunismo es el humanismo mediatizado por la supresión de la
propiedad privada (Escritos Económico-Filosóficos).
Por contraste, el humanismo integral, el que ha iluminado la vida política de acción
Nacional, desde que sus fundadores acudieron al invaluable tesoro de la tradición
judeo-cristiana y de la filosofía greco-romana de la que es tributaria, tiene sus
fundamentos en el respecto (en el amor) a la persona humana por su dignidad
superior. No se trata de un “humanismo materialista”, ni de un “humanismo
espiritualista”, tampoco es un “humanismo existencialista”. Este humanismo, para
ser auténtico, debe ser universal, es decir, incluyente; es la consecuencia natural
de una filosofía que tiene como centro a la persona humana y a su filosofía que
tiene como centro a la persona humana y a su eminente dignidad, de tal forma que
propone el más absoluto y pleno respeto a todo ser humano, sin distinción de
raza, religión, sexo, condición social, edad , nacionalidad, etc.
De hecho, la conciencia de nuestra dignidad humana construye la dignidad social,
el respeto (preferible el amor) del otro, tanto por ser otro, es decir, distinto y
diferente (porque de cada ser humano no hay más que un solo ejemplar), como
por ser semejante en lo único en lo que se puede ser semejante con el otro: en su
radical humanidad espiritual y por lo mismo trascendente.
Explicación: