Analiza si hay alguna diferencia entre el lenguaje del narrador y el que emplea don Quijote. Menciona cuál es esa diferencia. ¿A qué crees que se debe?
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Respuesta:
Al hablar de un texto literario existen dos elementos más allá de los recursos formales que utiliza, el género o subgénero con el cual desea entablar comunicación, ya sea mediante la ironía o la superación, y el contexto histórico en el que se enmarca, que no pueden ser pasados por alto, y que contradictoriamente, se toman como algo quizá demasiado obvio. Estos dos recursos tienen que ver con la esencia del texto literario mismo, definido como un diálogo que se establece entre un autor y un lector. Narrador y destinatario son dos mecanismos medulares a la hora de entender el funcionamiento de un texto a partir de la dinámica que establece él mismo como medio difusor de información. Lo interesante de la primera afirmación reside en que es precisamente el narrador quien es responsable de la elección de un determinado estilo dentro del texto y quien justifica la aparición de los recursos literarios que se utilizan. Entender su funcionamiento dentro una obra literaria significa penetrar en su intención y su metatextualidad.
La crítica literaria ha advertido que es este precisamente uno de los lugares que particular atención merece una de las obras más importantes de Occidente en lo que respecta a su producción literaria. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, exitoso inmediatamente después su publicación entre la gente común del primer decenio del siglo XVI en España, no obtuvo, contrariamente, la benevolencia que merecía por parte de los poetas y críticos contemporáneos a Cervantes, y su verdadero valor como texto literario sólo llegó después de un largo periplo por la escuela literaria inglesa a comienzos del siglo XX. Dentro de los temas que más atención ha recibido esta obra cervantina se encuentra el narrador, la figura que organiza la información dentro del texto, pues en él reside uno de los principales artificios que imprimen el carácter irónico del texto e enriquecen la obra estética y conceptualmente [1]. Dentro de esta línea se inscribe este artículo: en él se pretende demostrar que de todas las explicaciones que se han dado al funcionamiento de esta instancia desde el año 1956, fecha de la publicación, a manos de Américo Castro, del artículo titulado “El sabio Cide Hamete Benengeli” [2], hasta hoy en día, la que aclara su sentido con más exactitud y de un modo más completo es aquella que toma a la narratología como base teórica.
Y es que el tema del narrador en Don Quijote presenta desde el inicio una serie de complicaciones. A un lector que se enfrente atentamente al texto le parecerá indudable que esta obra cervantina procede de varias fuentes, como si hubiera sido redactada usando un número limitado, pero diverso, de textos. A diferencia de otro tipo de obras literarias donde el narrador es una entidad que cuenta de comienzo a fin una historia, en el Quijote existen ciertos elementos que dificultan la fijación de lo que se puede llamar la obra en sí. Se dice que para escribirlo, el autor consultó los Archivos de la Mancha, lugar del cual parece provenir parte de los hechos que se narran en la obra. En el capítulo nueve la prosa se detiene porque el narrador confiesa que la información que tenía para seguir contando las hazañas de Don Quijote se ha agotado y al lector se le presenta una situación extraña. Mientras el autor de los prólogos, muy diferente al autor de los primeros ocho capítulos (quien comenzó a contar la historia de las andanzas de Don Quijote y cuyo material se agotó), caminaba por una calle en Alcaná de Toledo se encontró, por casualidad, con un texto escrito en árabe, que al momento llevó donde un morisco para que lo leyera. Después de entender parte de su contenido y descubrir con sorpresa la relación del texto con la vida del caballero manchego, esta persona pidió a este mismo moro que lo tradujera al castellano. El autor del manuscrito resultó ser un escritor árabe, Cide Hamete Benengeli. Surgen aquí varios términos dentro de la narración, entendida como discurso, que resultan de gran importancia para la discusión crítica. Se encuentra, en primer lugar, el autor que escribió los ocho primeros capítulos. En segunda instancia, encontramos al editor que tiene frente a sí los textos, tanto los del primer autor como los de Cide Hamete, y en último lugar, al traductor y a Cide Hamete, fuente de la historia que sigue de ese punto en adelante. La enunciación de estos autores ficticios, “versiones ficticias del autor empírico”, en otras palabras, aquellos que se supone son, desde la perspectiva de la obra misma, los responsables reales de la escritura de la obra y no “del acto de narrar” (Paz Gago 44), dentro del Quijote, ha dado lugar a la formulación de un elevado número de hipótesis que intentan dar explicación tanto al simbolismo que engendran, como a la función que cumplen dentro de toda la obra