Castellano, pregunta formulada por centavo12, hace 10 meses

alguna historia no lineal que conoscan

Respuestas a la pregunta

Contestado por briyitrengifo764
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Respuesta:

Dallas, 1963. John F. Kennedy llegó al Parkland Hospital tan mal herido que un equipo de cirujanos, con los doctores Perry y Clark al frente, nada pudo hacer para salvarle la vida. Sin embargo, el doctor Charles A. Crenshaw diría que él fue el protagonista de aquel fallido intento. Naturalmente, aprovechó para escribir su propio libro con una teoría conspiratoria basada en datos que poco tenían que ver con la realidad.

La familia del presidente está destrozada. Los agentes del Servicio Secreto, también. Han fallado estrepitosamente. Uno de ellos, Clint Hill, sufrirá una depresión nerviosa por la vergüenza de no haber evitado el magnicidio. Hill, como sus colegas, se resistía a aceptar los hechos.

Según la Comisión Warren, JFK fue víctima de un único asesino. No hubo conspiración, ni nacional ni extranjera. El culpable era Lee Harvey Oswald, un antiguo miembro de los marines, de simpatías comunistas, que habría actuado impulsado por su desequilibrio emocional. Seguramente, lo que le empujó a la acción fue el delirio de grandeza que le hacía suponer que iba ocupar un lugar en la historia, sin que le importara que el motivo fuera bueno o malo. Su propia esposa, Marina, pensaba que ése había sido su móvil, aunque no admitió que, tal vez, la forma en que ella lo humillaba en público pudo haberlo empujado a cometer un disparate con el que hacerse valer.

Esta personalidad problemática hace altamente improbable que actuara por cuenta de algún servicio secreto extranjero, como algunos llegaron a conjeturar. No es probable que ninguna organización de inteligencia quisiera confiar en alguien con un grado tan alto de inestabilidad psíquica, un pobre diablo enemistado con su familia y con problemas para conservar un empleo. Por eso mismo resulta inverosímil que la CIA o el FBI pretendieran utilizarlo como infiltrado en la URSS, donde trabajó un tiempo. Su estancia al otro lado del Telón de Acero se debía a una simpatía ideológica genuina.

Nos hallaríamos, pues, ante un caso de erostratismo, un mal que, este caso, parece tener una clara raíz genética. Su madre, Marguerite, en lugar de mostrar tristeza por el suceso estaba encantada de ser el centro de atención y poder vender su historia a los medios. Por fin había dejado de ser un ser anónimo sumido en la insignificancia. “Soy una persona importante”, afirmó ante la prensa. No obstante, no toda la culpa era suya. Los periodistas alimentaron su comportamiento excéntrico, encantados de que les proporcionara continuos titulares. Mark Lane, llamado a convertirse en uno de los principales artífices de la literatura sensacionalista sobre el tema, tampoco dudó en conceder crédito a aquella matrona con ansias de notoriedad. Nada de eso resultaba extraño en el fondo. Sí era peculiar, en cambio, que intelectuales progresistas de la talla del filósofo Bertrand Russell o el historiador Hugh Trevor Roper se tomaran en serio a Lane, al que apoyaron con la constitución de un Comité en Gran Bretaña. No eran conscientes del respaldo a un investigador sin ética profesional que no tenía escrúpulos en acosar a los testigos o en distorsionar sus palabras. Según su hipótesis, Oswald era inocente. Los culpables fueron varios francotiradores.

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