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LOS INMIGRANTES EN LA CIUDAD
De una manera general, puede afirmarse que el crecimiento urbano se ha producido por la inmigración y sólo en parte ha sido generado internamente por el incremento natural de su población. Es cierto que en algunas ocasiones la llegada de los inmigrantes y, en la época contemporánea, la disminución de la mortalidad ha mejorado el crecimiento vegetativo urbano. Pero son los inmigrantes quienes han seguido asegurando, en lo fundamental, la expansión de las ciudades.
Desde hace tres siglos -es decir desde el famoso estudio de John Graunt, en 1667, y desde los análisis de los economistas y aritméticos políticos europeos del XVII y XVIII- se sabe que las ciudades tenían un exceso crónico de muertes en relación con el número de nacimientos, así como cifras más bajas de natalidad que las áreas rurales. Es decir que la población urbana no podía reemplazarse por el crecimiento natural. En buena parte, eso era debido a las terribles epidemias que se abatían sobre las ciudades y elevaban brúscamente su mortalidad. Desde el siglo XVIII se sabe también que eso era debido a la insalubridad de las ciudades, motivada por las fuertes cifras de densidad y -podemos añadir hoy- por la facilidad del contagio en esas concentraciones humanas.
Los inmigrantes encontraban en la ciudad nuevas oportunidades de empleo. Y se integraban también rápidamente desde el punto de vista demográfico, contrayendo pronto matrimonio con los nativos.
Conocemos, en efecto, que desde la baja edad media y durante toda la edad moderna las ciudades europeas se caracterizaron por un índice bajo de masculinidad, es decir un exceso de mujeres, lo que se traduce, a su vez, en cifras más elevadas de celibato femenino y en una menor fertilidad. Eso daba oportunidades a los inmigrantes varones. Por esa razón, dichos inmigrantes podían encontrar de forma relativamente rápida una esposa, lo que desde luego era más difícil para las mujeres. En todo caso, los matrimonios entre personas de diferentes procedencias geográficas eran un fenómeno generalizado(2).
Las migraciones fueron, sin duda, el factor clave en la regulación de las poblaciones urbanas en la sociedad preindustrial. La ciudad necesitaba de la inmigración para mantener su población estable y más aún para aumentarla. Y en muchas ocasiones dicha inmigración era verdaderamente esencial.
En primer lugar, cuando se producían episodios de fuerte mortalidad por epidemias; lo cual generaba elevados aflujos de población que rápidamente reemplazaba a la fuerza de trabajo que moría, y que podía suponer la pérdida del 20 al 40 por 100 de su población. Y también cuando aumentaba el dinamismo de su economía por la realización de nuevas inversiones(3).
La situación demográfica de las ciudades empezó a experimentar cambios significativos en el siglo XIX, ante todo en los países que más tempranamente realizaron la Revolución industrial y demográfica. En efecto, a partir de fines del XVIII las ciudades inglesas, primero, y otras, más tarde, dejaron de experimentar tasas negativas de crecimiento vegetativo(4), gracias a la reducción de la mortalidad. Pero no por ello los movimientos inmigratorios desaparecieron. De hecho se mantuvieron o aumentaron, lo que, como es sabido, aceleró considerablemente el crecimiento de la población urbana.
Los historiadores de la población mundial han mostrado el ritmo y las diferencias regionales de ese proceso(5). Y han estudiado esas "gigantescas migraciones" desde las areas rurales hacia los nuevos núcleos mineros, las áreas portuarias y las fábricas textiles y metalúrgicas de las ciudades británicas, francesas, holandesas o alemanas durante el XIX. En 1850 de 3,3 millones de habitantes que residían en Londres y en las 60 ciudades más importantes de Inglaterra, sólo 1,3 millones habían nacido en las ciudades en que residían; o lo que es lo mismo, el 60 por ciento de la población urbana eran inmigrantes; y en Londres, de 1.395.000 habitantes en 1850 sólo la mitad habían nacido en la capital(6). En el crecimiento de la población de París durante el siglo XIX hubo varios decenios en que el 80 e incluso el 90 por ciento del crecimiento de la población se debió al saldo migratorio, y como los inmigrantes eran predominantemente jóvenes, contribuyeron, además, a incrementar las tasas de fertilidad global(7) Las cifras relativas de la población urbana tuvieron un rápido proceso ascendente hasta alcanzar ya porcentajes elevados a comienzos del XX: en Gran Bretaña, el 75 % del total nacional en 1911. Algo semejante ocurrió en España, auque con los conocidos desfases cronológicos(8).
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