“Al cabo de algunos días, y disipado ya el temor del principio, se restableció
la calma. En muchas casas un oficial prusiano compartía la mesa de una familia.
Algunos, por cortesía o por tener sentimientos delicados, compadecían a los
franceses y manifestaban que les repugnaba verse obligados a tomar parte
activa en la guerra.
Se les agradecían esas demostraciones de aprecio, pensando, además,
que alguna vez sería necesaria su protección. Con adulaciones, acaso
evitarían el trastorno y el gasto de más alojamientos.
¿A qué hubiera conducido herir a los poderosos, de quienes dependían?
Fuera más temerario que patriótico. Y la temeridad no es un defecto
de los actuales burgueses de Ruán, como lo había sido en aquellos
tiempos de heroicas defensas, que glorificaron y dieron lustre a la
ciudad.
Se razonaba -escudándose para ello en la caballerosidad francesa- que no podía
juzgarse un desdoro extremar dentro de casa las atenciones, mientras
en público se manifestase cada cual poco deferente con el soldado extranjero.
En la calle, como si no se conocieran; pero en casa era muy distinto, y de tal
modo lo trataban, que retenían todas las noches a su alemán de tertulia junto
al hogar, en familia.”
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que buen texto
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