Castellano, pregunta formulada por ediannye02, hace 3 meses

Ahora que vuelvo ton

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Contestado por luzemilybruno
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Respuesta:

nose corona porfsa.............

Contestado por imhotepfemincasado77
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Respuesta:

resumen de la obra

Explicación:

y después -mira cómo te has puesto, cualquiera te revienta, perdiste dos botones, tigre, eso es lo

que eres, un tigre, a este muchacho, Arturo, hay que quemarlo a golpes-; pero entonces éramos tan

iguales, tan lo mismo, tan -fraile y convento, convento sin fraile, que vaya y que venga-, Ton, la

vida era lo mismo, -un gustazo: un trancazo-, para todos.

Claro que ahora no es lo mismo. Los años han pasado. Comenzaron a pasar desde aquel día en que

miré las aguas verdosas de la zanja, cuando papá cerró el candado negro y mamá se quedó mirando

la casa por el vidrio trasero del carro y yo los saludé a ustedes, a ti, a Fremio, a Juan, a Toñín, que

estaban en la esquina, y me quedé recordando esa cara que pusieron todos, un poco de tristeza y

de rencor, cuando aquella mañana (ocho y quince en la radio del carro) nos marchamos definitivamente

del barrio y del pueblo.

Ustedes quedarían para siempre contra la pared grisácea de la pulpería de Ulises. La puya del

trompo haciendo un hoyo en el pavimento, la gangorra lanzada al aire con violenta soltura,

machacando a puyazos y cabezazos la moneda ya negra de rodar por la calle; no tendrían en lo

adelante otro lugar que junto a ese muro que se iría oscureciendo con los años -a Milita se la tiró

Alberto en el callejoncito del tullío- escrito con carbón allí, y los días pasando con una sorda

modorra que acabaría en recuerdo, en remota y desvaída imagen de un tiempo inexplicablemente

perdido para siempre.

Una mañana me dio por contarles a mis amigos de San Carlos cómo eran ustedes; les dije de Fremio,

que descubrió que en el piso de los vagones, en el muelle, siempre quedaba azúcar parda cuando

los barcos estaban cargando, y que se podía recoger a puñados y hasta llenar una funda y sentarnos

a comerla en las escalinatas del viejo edificio de aduanas; les conté también de las zambullidas en

el río y llegar hasta la goleta de tres palos, encallada en el lodo sobre uno de sus costados, y que

una vez allí, con los pies en el agua, mirando el pueblo, el humo de la chimenea, las carretas que

subían del puerto cargadas de mercancías, pasábamos el tiempo orinando, charlando, correteando

de la popa al bauprés, hasta que en el reloj de la iglesia se hacía tarde y otra vez, braceando, ganamos

la orilla en un escandaloso chapoteo que ahora me parece estar oyendo, aunque no lo creas, Ton.

Los muchachos quedaron fascinados con nuestro mundo de manglares, de locomotoras, de cigüas,

de cuevas de cangrejos, y desde entonces me hicieron relatar historias que en el curso de los días

yo fui alterando poco a poco hasta llegar a atribuir a ustedes y a mí verdaderas epopeyas que yo

mismo fui creyendo y repitiendo, no sé qué día en que quizás comprendí que sería completamente

inútil ese afán por mostrarnos de una imagen que, como las viejas fotos, se amarilleaba y desteñía

Ahora que vuelvo, Ton

ineludiblemente. La vida fue cambiando, Ton; entonces yo me fui inclinando un poco a los libros

y me interné en un extraño mundo mezcla de la Ciencia Natural de Fesquet, versos de Bécquer, y

láminas de Billiken; me gustaba el camino al colegio cada mañana bajo los árboles de la avenida

Independencia, el rostro de Rita Hayworth, en la pequeña y amarilla pantalla del "Capitolio", me

hizo olvidar a Flash Gordon y a los Tres Chiflados. Ya para entonces papá ganaba buen dinero en

su puesto de la Secretaría de Educación, y nos mudamos a una casa desde donde yo podía ver el

mar y a Ivette, con sus shorts a rayas y sus trenzas doradas que marcaban el vivo ritmo de sus ojos

y su cabeza; con ella me acostumbré a Nat King Cole, a Fernando Fernández, los viejos discos de

los Modernaires, y aprendía a llevar el compás de sus golpes junto a la mesa de Ping-Pong; no le

hablé nunca de ustedes, esa es la verdad, quizás porque nunca hubo la oportunidad para ello o tal

vez porque los días de Ivette pasaron tan rápidos, tan llenos de "ven-mira-esta es Gretchen el Pontiac

de papi dice Albertico - me voy a Canadá" que nunca tuve la necesidad ni el tiempo para recordarlos.

¿Tú sabes qué fue del Andrea Doria, Ton? Probablemente no lo sepas; yo lo recuerdo por unas

fotos del "Miami Herald" y porque los muchachos latinos de la Universidad nos íbamos a un café

de Coral Gables a cantar junto a jarrones de cerveza "Arrivederci Roma", balanceándonos en las

sillas como si fuésemos en un bote salvavidas; yo estudiaba el inglés y me gustaba pronunciar el

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