Ahora que vuelvo ton
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
nose corona porfsa.............
Respuesta:
resumen de la obra
Explicación:
y después -mira cómo te has puesto, cualquiera te revienta, perdiste dos botones, tigre, eso es lo
que eres, un tigre, a este muchacho, Arturo, hay que quemarlo a golpes-; pero entonces éramos tan
iguales, tan lo mismo, tan -fraile y convento, convento sin fraile, que vaya y que venga-, Ton, la
vida era lo mismo, -un gustazo: un trancazo-, para todos.
Claro que ahora no es lo mismo. Los años han pasado. Comenzaron a pasar desde aquel día en que
miré las aguas verdosas de la zanja, cuando papá cerró el candado negro y mamá se quedó mirando
la casa por el vidrio trasero del carro y yo los saludé a ustedes, a ti, a Fremio, a Juan, a Toñín, que
estaban en la esquina, y me quedé recordando esa cara que pusieron todos, un poco de tristeza y
de rencor, cuando aquella mañana (ocho y quince en la radio del carro) nos marchamos definitivamente
del barrio y del pueblo.
Ustedes quedarían para siempre contra la pared grisácea de la pulpería de Ulises. La puya del
trompo haciendo un hoyo en el pavimento, la gangorra lanzada al aire con violenta soltura,
machacando a puyazos y cabezazos la moneda ya negra de rodar por la calle; no tendrían en lo
adelante otro lugar que junto a ese muro que se iría oscureciendo con los años -a Milita se la tiró
Alberto en el callejoncito del tullío- escrito con carbón allí, y los días pasando con una sorda
modorra que acabaría en recuerdo, en remota y desvaída imagen de un tiempo inexplicablemente
perdido para siempre.
Una mañana me dio por contarles a mis amigos de San Carlos cómo eran ustedes; les dije de Fremio,
que descubrió que en el piso de los vagones, en el muelle, siempre quedaba azúcar parda cuando
los barcos estaban cargando, y que se podía recoger a puñados y hasta llenar una funda y sentarnos
a comerla en las escalinatas del viejo edificio de aduanas; les conté también de las zambullidas en
el río y llegar hasta la goleta de tres palos, encallada en el lodo sobre uno de sus costados, y que
una vez allí, con los pies en el agua, mirando el pueblo, el humo de la chimenea, las carretas que
subían del puerto cargadas de mercancías, pasábamos el tiempo orinando, charlando, correteando
de la popa al bauprés, hasta que en el reloj de la iglesia se hacía tarde y otra vez, braceando, ganamos
la orilla en un escandaloso chapoteo que ahora me parece estar oyendo, aunque no lo creas, Ton.
Los muchachos quedaron fascinados con nuestro mundo de manglares, de locomotoras, de cigüas,
de cuevas de cangrejos, y desde entonces me hicieron relatar historias que en el curso de los días
yo fui alterando poco a poco hasta llegar a atribuir a ustedes y a mí verdaderas epopeyas que yo
mismo fui creyendo y repitiendo, no sé qué día en que quizás comprendí que sería completamente
inútil ese afán por mostrarnos de una imagen que, como las viejas fotos, se amarilleaba y desteñía
Ahora que vuelvo, Ton
ineludiblemente. La vida fue cambiando, Ton; entonces yo me fui inclinando un poco a los libros
y me interné en un extraño mundo mezcla de la Ciencia Natural de Fesquet, versos de Bécquer, y
láminas de Billiken; me gustaba el camino al colegio cada mañana bajo los árboles de la avenida
Independencia, el rostro de Rita Hayworth, en la pequeña y amarilla pantalla del "Capitolio", me
hizo olvidar a Flash Gordon y a los Tres Chiflados. Ya para entonces papá ganaba buen dinero en
su puesto de la Secretaría de Educación, y nos mudamos a una casa desde donde yo podía ver el
mar y a Ivette, con sus shorts a rayas y sus trenzas doradas que marcaban el vivo ritmo de sus ojos
y su cabeza; con ella me acostumbré a Nat King Cole, a Fernando Fernández, los viejos discos de
los Modernaires, y aprendía a llevar el compás de sus golpes junto a la mesa de Ping-Pong; no le
hablé nunca de ustedes, esa es la verdad, quizás porque nunca hubo la oportunidad para ello o tal
vez porque los días de Ivette pasaron tan rápidos, tan llenos de "ven-mira-esta es Gretchen el Pontiac
de papi dice Albertico - me voy a Canadá" que nunca tuve la necesidad ni el tiempo para recordarlos.
¿Tú sabes qué fue del Andrea Doria, Ton? Probablemente no lo sepas; yo lo recuerdo por unas
fotos del "Miami Herald" y porque los muchachos latinos de la Universidad nos íbamos a un café
de Coral Gables a cantar junto a jarrones de cerveza "Arrivederci Roma", balanceándonos en las
sillas como si fuésemos en un bote salvavidas; yo estudiaba el inglés y me gustaba pronunciar el