Además de creador, ¿como más se consideraba a Dios en la Edad Media?
Respuestas a la pregunta
Explicación:
Se trata de una entrevista en la que un periodista preparado plantea a un sabio las preguntas que pueden interesar más a la gente de nuestro tiempo sobre aquello que es el saber de ese sabio: en este caso cómo concebían a Dios los cristianos europeos de los siglos que corren entre el derrumbamiento del Imperio romano occidental (año 476) y la conquista de Constantinopla por los turcos (1453). Como se ve, una Edad Media entendida en el sentido más extenso que pueda concebirse y con una cronología europea y mediterránea. Los españoles estamos acostumbrados a que se ponga el final de la Edad Media en 1492. Pero, incluso para los españoles de 1492, lo ocurrido en el extremo oriental del Mediterráneo en 1453 era el mayor y más trágico suceso del siglo que acababa.
El entrevistador de Le Goff, el periodista Jean-Luc Pouthier, empieza el libro anunciando lo que parecería ser la tesis principal de estas páginas: el Dios de los cristianos es antropomórfico y su “antropomorfización” tuvo lugar en la Edad Media. Este enunciado se presta a confusión. No es que Le Goff o Pouthier digan que el carácter humano de Jesús fue “construcción” del siglo V en adelante, sino que la fijación iconográfica y el desarrollo de la Iglesia y de la estricta vivencia de la religión, que era antropomórfica y trinitaria desde el principio, dicen, pasó por una fase decisiva entre el 476 y 1453. Que fuera así se explica, en parte, por lo que había comenzado a suceder algo más de cien años antes, cuando el cristianismo dejó de ser una religión clandestina: con el reconocimiento del cristianismo por el emperador Constantino, las autoridades imperiales de Roma reconocieron también a las autoridades cristianas -para empezar, a los obispos-, se creó el consiguiente problema de autoridad -quién mandaba en qué y sobre quiénes- y, en la jerarquía eclesiástica, se recurrió a asimilar para sí misma la simbología de la autoridad civil de manera que quedase claro que, al menos, había paridad.
De ahí partió la articulación de la Iglesia que ha llegado al día de hoy: basada en el primado del obispo de Roma, con un poder episcopal que fue fortísimo durante siglos y una red de parroquias (que era una institución “civil” del derecho romano) en las que se agrupaban los fieles. Quizá sea ésta -la de la “romanización” del cristianismo- la clave que habría que desarrollar algo más en el libro de Le Goff; porque explica muchas de las cosas que dice. En lo demás, es un libro agilísimo, pleno de interés y enjundia, y un semillero de ideas lúcidas acerca de cómo se vivía el hecho cristiano durante aquellos siglos