Historia, pregunta formulada por valeria693, hace 10 meses

a que jugaban los diaguitas​

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Contestado por kz32
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En el juego de luces y sombras, decenas de chicos bajaron, por los senderos de tierra y ripio que se abren sobre las laderas, como lo hacen cada día, para recorrer kilómetros desde la alta montaña hacia la escuela. Esta vez el motivo fue distinto: compartir un día de juegos con otros cientos de niños de las comunidades del pueblo diaguita calchaquí y así revitalizar sus tradiciones ancestrales que se transmiten de padres a hijos. A pesar de las distancias, los chicos de las localidades de Anchillos, Colalao del Valle, El Infiernillo, Salas y Talapazo, entre otras, participaron entre témperas y barriletes del Día del Niño de la Montaña, organizado por la Comunidad Indígena Amaicha del Valle y la Comunidad India Quilmes, con el apoyo de Unicef Argentina.

Apenas llegó al festejo, Luciano no dudó en sumarse, con la energía de sus doce años, al torneo de fútbol que recién tenía unos minutos de juego. Y poco después, luego de un chocolate caliente, buscó a un amigo para el equipo de básquet. Como él, cientos de chicos de comunidades indígenas se movían de un lado para otro como parte de una rueda nutrida de juegos. Las sonrisas se multiplicaron con el paso de las horas en el Club Deportivo Amaicha, a 164 kilómetros de la capital provincial, San Miguel de Tucumán. Y esas postales cargadas de diversión se repitieron al día siguiente en la Casa de la C.I. Quilmes. En grupos de amigos, de la mano con hermanos y algunos incluso en los brazos de sus padres, se divirtieron con otros chicos.

En el cronograma de actividades del evento no faltaron los talleres de armado de títeres con papeles de colores, donde los chicos luchaban en cada recorte de color contra el viento que trataba de llevarse las bolsas convertidas en personajes. Otros se alegraban del impulso que recibían de la naturaleza para remontar sus barriletes armados con caña, maderas, hilo y bolsas. En medio de la geografía andina flotaban los nombres estampados en los juguetes caseros hasta que por la falta de viento caían al pasto. Con sus manos aplastaban la plastilina de colores y creaban lugares de fantasía en el taller de plástica. Y los trazos de colores sobre el papel reflejaban la identidad cultural de las comunidades, como los dibujos de cerros, animales, plantas y las apachetas (montículos de piedras levantados en honor a la naturaleza). Los elementos del lugar estaban presentes también en las obras de teatro y en proyecciones de películas.

La iniciativa fue impulsada por los propios jóvenes de las comunidades ante la escasez de lugares de encuentro y esparcimiento de los niños que viven en esa geografía dispersa. En lo alto del cerro no llegan las imágenes de la televisión. Allí, los chicos juegan, a diferencia de los que viven en centros urbanos, con los elementos que encuentran en la naturaleza. En la alta montaña están muy vinculados con sus familias a través de los quehaceres cotidianos. “La vida de un niño en el cerro pasa mucho por las actividades productivas de la familia: ayudan con la cría del ganado, el pasteo, las esquilas. Es una vida distinta”, dijo a Página/12 Mario Quinteros, uno de los coordinadores de la actividad. Entonces, muchas veces, el espacio lúdico queda relegado.

“La idea es compartir los juegos tradicionales y los propios de la vida en ciudad. Queremos que se complementen”, contó Eduardo Nievas, cacique de la comunidad indígena Amaicha del Valle. El festejo además buscó dar valor a sus tradiciones: “La identidad es un objetivo. Hubo una introducción muy fuerte de la cultura occidental y hace que se aplaste nuestra cultura”, reflexionó Francisco Solano Chaile, cacique de la Comunidad India Quilmes, que realizó el festejo por tercer año consecutivo.

La espiritualidad quedó marcada en ambos festejos por la ceremonia ancestral a la Pachamama. Los chicos participaron con entusiasmo de las ofrendas de maíz, leche, agua, tabaco y membrillo para la naturaleza. Cada elemento a su vez transportaba un agradecimiento, un nuevo pedido, un deseo. Esta es una de las tradiciones que se transmiten de generación en generación y que las comunidades no quieren perder ante el avance de un mundo globalizado.

Por eso, favorecer la identidad cultural, junto con educación y salud intercultural, fue una de las prioridades fijadas por las comunidades en los talleres de Unicef para el fortalecimiento de los derechos de niños y adolescentes. En ese sentido, durante el evento se informó sobre el mal de Chagas. “Hay que actuar urgente, porque dentro de las enfermedades olvidadas, el Chagas está a la cabeza”, dijo a este diario Zulma Ortiz, especialista en Salud de Unicef Argentina.

Tras horas de juegos, el cierre de la celebración fue con la entrega de juguetes. Los ojos de los chicos brillaban con cada obsequio en sus manos cuando intentaban descubrir el contenido de cada paquete.

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