¿A que hacemos referencia cuando hablamos de sociedad liquida e imperio de lo emifero?
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Gipuzkoa empieza también a entrar en esa fase «líquida» y contradictoria a tenor del retrato que ofrece la encuesta divulgada ayer: una sociedad del bienestar, consumista, hedonista, en la que la dialéctica izquierda-derecha ha perdido intensidad, que conserva un amplio sentimiento nacionalista, pero que está cambiando su forma de vivirlo respecto a lo que era su actitud hace 20 años. El voto ya no es un ejercicio casi religioso de lealtad identitaria. Los nacionalistas pueden votar a un alcalde socialista o a Zapatero sin mayores traumas y los electores del PSE no se asustan con la posibilidad de una consulta. Una sociedad que se está desmovilizando, en gran medida como producto del cansancio por la violencia, y que ya no vibra como antes con el discurso del 'conflicto'.
Es una sociedad 'postmoderna' que siente lo identitario, pero no lo ve de forma trágica, en la que prevalece la preocupación por el bienestar económico, y que constata una gran desafección hacia la política y las ideologías tradicionales. Los 'relatos' clásicos necesitan renovarse porque empiezan a agotarse ante las nuevas generaciones. La hiperpolitización del pasado en Euskadi pasa ahora su factura como un péndulo de reacción aunque a la vez se trate de un fenómeno estructural en Europa.
La 'sociedad líquida', en la que ser flexible es una virtud, obliga a la política a transformarse si no quiere verse atenazada por la realidad mediática esculpida a diario en el escaparate rutinario de las imágenes y un individualismo del 'sálvese quien pueda'. Cuidado con que todo esto no se limite a ser un espectáculo efímero en el que la sensación y el corto plazo anulen al pensamiento. Vivimos una sociedad cada vez mejor formada, pero a la vez necesitada con urgencia de unos valores alternativos más fuertes; una sociedad cada vez más compleja y más híbrida.