5 ejemplos de etopeya por favor lo nesecito urgente
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Don Gumersindo [...] era afable [...] servicial. Compasivo [...] y se desvivía porcomplacer y ser útil a todo el mundo.. aunque costase trabajos, desvelos, fatiga, con tal que no le costase un real [...] Alegre y amigo de chanzas y burlas [...] y las regocijaba con la amenidad de su trato [...] y con su discreta, aunque poco ática...conversación [...] Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer determinada [...] pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas, y era el viejo más amigo de requebrar a las muchachas...
(Pepita Jimenez), Juan ValeraGóngora fue un poeta jugador, pendenciero, irónico y sensible.Rosa, mi abuela, era una mujer calida y amable, siempre dispuesta a estar ahí para ti, y aunque no era una mujer de mente abierta y moderna, si era una mujer que sabía escuchar a todo aquel que necesitara ser escuchado, entendía tus problemas y siempre daba los mejores consejos. ¿Cómo no extrañar a una mujer así? trabajadora, noble, paciente, amorosa; ella era la luz en la obscuridad, la esperanza en medio del desastre, la mujer que con su particular forma de pensar y ver la vida, llenó de alegría y amor la vida de todos quienes la conocieron.Su vivir se asemeja, en el andar sin descanso, a un evangelista del 1 civismo, cuya inmensa caída de prosélitos él viera por seis lustros alimentando muchedumbres,livertando galeotes, avizorando lejanías, fascinando mieses de pasión, aromando la extraña como propia tienda con el precioso sándalo de la bondad y del ingenio...
Guillermo León ValenciaSin confesárselo, sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado, que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo. Cuando estas ideas lo sobrecogían, para vencerlas y olvidarlas se entregaba con furor al goce de lo presente, del poderío que tenía en la mano; devoraba su presa, La Vetusta levítica, como el león enjaulado los pedazos ruines de carne que el domador le arroja.
(Pepita Jimenez), Juan ValeraGóngora fue un poeta jugador, pendenciero, irónico y sensible.Rosa, mi abuela, era una mujer calida y amable, siempre dispuesta a estar ahí para ti, y aunque no era una mujer de mente abierta y moderna, si era una mujer que sabía escuchar a todo aquel que necesitara ser escuchado, entendía tus problemas y siempre daba los mejores consejos. ¿Cómo no extrañar a una mujer así? trabajadora, noble, paciente, amorosa; ella era la luz en la obscuridad, la esperanza en medio del desastre, la mujer que con su particular forma de pensar y ver la vida, llenó de alegría y amor la vida de todos quienes la conocieron.Su vivir se asemeja, en el andar sin descanso, a un evangelista del 1 civismo, cuya inmensa caída de prosélitos él viera por seis lustros alimentando muchedumbres,livertando galeotes, avizorando lejanías, fascinando mieses de pasión, aromando la extraña como propia tienda con el precioso sándalo de la bondad y del ingenio...
Guillermo León ValenciaSin confesárselo, sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado, que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo. Cuando estas ideas lo sobrecogían, para vencerlas y olvidarlas se entregaba con furor al goce de lo presente, del poderío que tenía en la mano; devoraba su presa, La Vetusta levítica, como el león enjaulado los pedazos ruines de carne que el domador le arroja.
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