4 prolongaciones de Jesús en los 4 evangelios
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
El misterio pascual incluye la Pasión, la muerte y
la resurrección de Jesús. Se trata de hechos decisivos
de su vida y por eso los anunció a sus discípulos. Sin
embargo, éstos, dominados por sus prejuicios, no comprendieron el sentido de aquellas profecías ni consiguieron explicarse cómo podía sufrir y morir aquel que
da la vida a los otros. Lo comprenderán plenamente
sólo después de la resurrección. Entonces entenderán la
importancia capital del misterio pascual, hasta el punto
de convertirlo en el objeto privilegiado y principal de la
predicación. Así nació el kerigma (= anuncio), presentación esencial de lo que es preciso conocer y vivir para
participar en la salvación de Jesús. Es el evangelio «liofilizado», presentado por el apóstol Pedro en el día de
Pentecostés: «Jesús de Nazaret [...]. Dios lo entregó conforme al plan que tenía previsto y determinado, pero vosotros,
valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis.
Dios, sin embargo, lo resucitó» (Hch 2,22-24).
Los relatos de la Pasión, muerte y resurrección, precisamente por su importancia capital, fueron los primeros que encontraron una organización ordenada. Eran
recordados de manera habitual al celebrar el memorial de
la cena y al hablar de Jesús. No se trataba de un simple
relato de cronista, como si fuera un tributo que es
preciso pagar a la información o a la curiosidad, sino
de un anuncio cargado de fe. Se trata de creyentes que
hablan a otros que ya creen o que pretenden abrirse a la
fe. La acogida que se brinde hoy a estos relatos también
será fructuosa en una medida directamente proporcional
a la participación en la fe. Sin embargo, estamos ante
unos hechos reales, leídos a la luz de todo el plan divino
(de ahí la abundancia de las citas bíblicas) y presentados
con un desconcertante realismo.
El relato rehúye la tentación de apagar la curiosidad
del lector. Lo podemos notar en el hecho de que faltan
todos los elementos que pudieran iluminar los sentimientos de los protagonistas; por ejemplo, nada se
sabe de los motivos que impulsaron a Judas a entregar
al Maestro por un puñado de dinero (de modo contrario al gusto de los novelistas y dramaturgos modernos, «la predicación apostólica no muestra ningún
interés por la psicología de los personajes» [K. H.
Schelke]). Lo notamos también en el hecho de que faltan los elementos edificantes, como lo demuestra la
desconcertante concisión de la misma crucifixión. Hubiera sido fácil detenerse en detalles particulares que
presentaran a Jesús como un héroe, como un campeón
en el arte de soportar el dolor, como una víctima del
poder inicuo.
La comunidad primitiva no predicó nunca la Pasión
sin unirla de una manera inmediata y directa con la resurrección; sin ésta, tampoco aquélla hubiera tenido
significado. Separada de la resurrección, la muerte de
Jesús se parece a la de Sócrates o a la de algunos de los
grandes hombres del pasado: tendríamos un héroe más,
pero no al Salvador de la humanidad. Jesús seguiría
siendo un derrotado, una de las víctimas inocentes e impotentes de un sistema tiránico y homicida. Entraría en
la regla general y no sería noticia, y mucho menos «Buena Noticia», o sea, precisamente Evangelio. Jesús, por el
contrario, constituye una excepción llamativa y como
tal ha sido dada a conocer su vida. Jesús ha imprimido
en la historia una novedad que permanece en el tiempo.
Pasados dos mil años, continúa sorprendiendo y, lo que
es más importante, encontrando seguidores que hacen
continua esa excepción.