Historia, pregunta formulada por elaguilasangrienta02, hace 1 año

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Respuestas a la pregunta

Contestado por anamarvel1984
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Respuesta:

reloj del salón daba las cinco. Mi madre y Emma me esperaban paseándose en el corredor. María estaba sentada en los escalones de la gradería, y vestida con aquel traje verde que tan hermoso contraste Formaba con el castaño oscuro de sus cabellos, peinados entonces en dos trenzas con las cuales jugaba Juan medio dormido en el regazo de ella. Se puso en pie al desmontarme yo. El niño suplicó que lo paseara un ratico en mi caballo, y María se acercó con él en los brazos para ayudarme a colocarlo sobre las pistoletas del galápago, diciéndome: _Apenas son las cinco: ¡qué exactitud! Si siempre fuera así… ¿Qué has hecho hoy con tu Mimiya?-le pregunté a Juan luego que nos alejamos de la casa. _Ella es la que ha estado tonta hoy- me respondió. _ ¿Cómo así? _Pues llorando. _ ¡Ah! ¿Por qué no la has contentado? _No quiso aunque le hice cariños y le llevé flores; pero se lo conté a mamá. ¿Y qué hizo mamá? _Ella si la contentó abrazándola, porque Mimiya quiere más a mamá que a mí. Ha estado tonta, pero no le digas nada. María me recibió a Juan. ¿Has regado ya las matas?-le pregunté subiendo. -No; te estaba esperando. Conversa un rato con mamá y Emma-agregó en voz baja- . y así que sea tiempo. Me iré a la huerta. Temía ella siempre que mi hermana y mi madre pudiesen creerla causa de que se entibiase mi afecto hacia las dos: y procuraba recompensarles con el suyo lo que del mío les había quitado. María y yo acabamos de regar las flores. Sentados en un banco de piedra, teníamos casi a nuestros pies el arroyo, y un grupo de jazmines nos ocultaba a todas las miradas, (…) Los rayos lívidos del sol, que se ocultaba tras las montañas de Mulaló medio embozado por nubes cenicientas fileteadas de oro, jugaban con las luengas sombras de los sauces, cuyos verdes penachos acariciaba el viento. Habíamos hablado de Carlos y de sus rarezas, de mi visita a la casa de Salomé, y los labios de María sonreían tristemente, porque sus ojos no sonreían ya. _Mírame_ le dije. Su mirada tenía algo de languidez que la embellecía en las noches en que velaba al lado del lecho de mi padre. _Juan no me ha engañado o_ agregué. _¿Qué te ha dicho?

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