3 deberes con el estado y 3 deberes con la iglesia que consideres que todo ciudadano del siglo XXl necesita para crecer en solidaridad y misericordia
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
.- Los deberes constitucionales de servicio público.- El artículo 227 de la Constitución dice que “la administración pública constituye un servicio a la colectividad que se rige por los principios de eficacia, eficiencia, calidad, jerarquía, desconcentración, descentralización, coordinación, participación, planificación, transparencia y evaluación”. Podría haber sido más breve y precisa la norma. Su ampulosa y descriptiva redacción no oculta, sin embargo, la enorme carga de responsabilidad que corresponde al Estado, y, por contraste, la dramática situación de incumplimiento en que la Administración se ha instalado. ¿Son eficaces, eficientes (¿?), de calidad, etc. los servicios públicos?
2.- Los derechos de las personas.- El art. 66, Nº 2 de la Constitución reconoce y garantiza a las personas: “El derecho a una vida digna, que asegure la salud, alimentación y nutrición, agua potable, vivienda, saneamiento ambiental, educación, trabajo, empleo, descanso y ocio, cultura física, vestido, seguridad social y otros servicios sociales necesarios”.
3.- La responsabilidad objetiva del Estado.- El artículo 11 de la Constitución, en uno de sus incisos, consagra el principio de la responsabilidad objetiva del Estado: “El Estado, sus delegatarios, concesionarios y toda persona que actúe en ejercicio de una potestad pública estarán obligados a reparar las violaciones de los derechos de los particulares por la falta o deficiencia en la prestación de los servicios públicos, o por las acciones u omisiones de sus funcionarias y funcionarios y empleadas y empleados públicos en el desempeño de sus cargos”.
La Iglesia Católica, desde su fundación, se impuso misiones y se atribuyó derechos, monopolizó facultades y se blindó eficazmente. Lo hizo, por cierto, desde la perspectiva de lo divino y, así, condicionó a todo lo humano. La tesis chocó sistemáticamente con el poder terrenal, de allí que la historia de Occidente sea la de pactos, guerras y rivalidades entre el Estado y el Papado. Y ha sido también, es verdad, la de evangelizaciones, misiones excepcionales como las del Paraguay colonial, complicidades y perversiones como la de la Inquisición, y gestiones enormes, como las de los jesuitas en América, hasta antes de su expulsión a fines del siglo XVIII. Todo eso es historia, pero su recuerdo permite intuir por qué la Iglesia es el poder más duradero, extendido y portentoso del mundo, y el más eficaz.