15. Qué opinas de la guerra?
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J.C. LOPEZ EISMANJ.C. LOPEZ EISMAN 12/11/2004
Lo malo de la guerra es que entre todos la hemos hecho tan importante que ahora es casi imposible quitarla de en medio. Cavernícolas con bombas nucleares dice que somos un antropólogo americano, Paúl Roscoe, que lleva años analizando el fenómeno de la venganza en sociedades tribales. Argumenta que al hacer la guerra incluso actuamos contra los intereses de nuestra especie a la que podemos destruir nosotros mismos con las armas de que disponemos hoy. La guerra es típica de primates poco evolucionados, asegura Eduard Carbonell, codirector de Atapuerca. Y Margaret Mead: que la guerra no es una necesidad sino una invención cultural
Es obvio que a este situación no hemos llegado de improviso y como si nada. Hace ya demasiado que la guerra ha sido considerada un valor supremo, positivo y enaltecedor en muchas culturas, en muchas épocas y en bastantes civilizaciones; que grandes e ilustres representantes del pensamiento han compuesto loas y utilizado argumentaciones para demostrar sus reales o supuestas virtudes; y que la opinión pública y común ha aceptado y reforzado esta forma de pensar.
Ejemplos de culturas militaristas los hay a montones. Entre las antiguas una de las más famosas y conocidas fue la ciudad-estado de la Grecia del siglo V antes de nuestra era, Esparta, en la que el único asunto de un ciudadano era la guerra para la que era educado desde la infancia. Los niños enfermizos eran eliminados. Nada de educación cultural o científica: el único objeto era formar buenos soldados, enteramente entregados al Estado. Y si hablamos de personajes que han encumbrado las maravillas de la guerra, por elegir alguno entre miles, puede valer uno de los cuatro o seis filósofos que los expertos consideran más significados en la historia del pensamiento humano, Hegel. Este autor alemán, a caballo de los siglo XVIII y XIX, no sólo decía que la guerra es el estado en el que tomamos en serio la vanidad de los bienes y cosas temporales, sino que se oponía a la creación de instituciones, tales como un gobierno mundial, que la impedirían porque creía que es bueno que haya guerras de tiempo en tiempo. Incluso el famoso filósofo Manuel Kant, tan citado como enemigo de la guerra, tiene una opinión confusa y llega a decir que en el nivel que aún se halla la especie humana la guerra es un medio indispensable para seguir haciendo avanzar la cultura.
La guerra es una respuesta cultural a situaciones sociales. No hay instinto de guerra, entre otros motivos, porque hoy casi ni se habla de instintos. La guerra es el resultado de una determinada concepción del mundo, de una cierta mentalidad, un punto de vista, un conjunto de creencias. Y nada más.
Por eso es controlable: como todo el mundo sabe, los griegos eran capaces de detener todas las guerras en cuanto los mensajeros iban por las ciudades y los caminos anunciando una nueva sesión de los Juegos Olímpicos. Pero para conseguir que se elimine de verdad de nuestras mentes como algo posible, hay que resolver y aclarar todos los intereses que la producen: intereses económicos de los dueños del mundo, los de poder (se sabe sobradamente que un gobernante al frente de una guerra es mucho más poderoso), los ideológicos y los religiosos, normalmente todos en una mezcla confusa para taparse mutuamente. Y no se olvide que por lo general los que deciden iniciar las guerras intervienen cada vez menos en ellas y no participan del peligro inmediato de su vida o sus propiedades, lo que es un punto decisivo a tener en cuenta. El diagnóstico por tanto no puede ser más pesimista. De poco sirven los discursos morales o las variadas manifestaciones pacifistas, salvo para tranquilizar la conciencia de quienes las practican. Es verdad que hay un cambio significativo en cierta opinión pública pero en ningún caso es firme con carácter universal, sobre todo cuando ve uno que peligra lo que consideramos nuestro. Y fácilmente manipulable. La guerra sólo terminará cuando los poderosos se convenzan que es más rentable no hacerla que hacerla, lo que se llama aplicar las leyes de la termodinámica a la vida social.
Reclutar payasos mejor que soldados solicitaba el actor gaditano de nombre extranjero Alex O´Dogherty para vencer al enemigo con bromas, chanzas y risas. Donde hay comercio, viene a decir Montesquieu, no hay guerra porque éste se basa en necesidades mutuas y genera costumbres apacibles. Por algún sitio se puede empezar.