10 palabras agudas de esta lectura.
Desde esas primeras escrituras sumerias en tablillas de arcilla hasta fines de la Edad Media,
todos los textos se escribían a mano, pero los
soportes fueron variando, haciéndose cada vez
más ligeros, transportables y fáciles de manejar.
Se puede decir que el primer boom literario se
produjo en Grecia en el siglo V a. C., cuando la
cultura escrita se impuso sobre la oral, gene-
rando una revolución intelectual y el desarrollo
del primer comercio de libros a gran escala. A
los sitios de venta de libros, que generalmente
se hacía en los mercados o el ágora de las ciu-
dades, se les llamó entonces bibliotheekai.
“Un libro era entonces una hoja de papiro
importado de Egipto constituida como un
rollo de 6 a 8 m; en ocasiones este tama-
ño variaba y cuando una obra ocupaba el
equivalente a dos volúmenes o dos tomos,
se decía que tenía dos rollos. Al libro se le
denominaba byblos. [...] Un libro se con-
sideraba publicado si había sido leído en
público por un criado, llamado lector, o por
el propio autor”.1
Para protegerlos, los rollos se guardaban en
estuches. Había copistas especializados en la
reproducción de los libros. En las bibliotecas se
mantenían catálogos de los textos que se con-
servaban en ellas, algunos en orden alfabético,
y otros por géneros de las obras (retóricos, mé-
dicos, filosóficos, históricos, de legisladores, de
poetas épicos, poetas trágicos, poetas cómicos,
etc.). También había listas de libros recomen-
dados, tanto para las bibliotecas como los de
lectura imprescindible para las personas ilus-
tradas de entonces.
Cuando se dejó de usar el papiro debido a res-
tricciones comerciales con Egipto, se comenzó
a escribir en pergamino, un material más flexi-
ble y menos perecedero hecho a partir de la piel
de carneros, becerros o cabras, que procedía de
la ciudad de Pérgamo. Este mismo formato de
libros se utilizó también en Roma. Sin embar-
go, a pesar de las innegables ventajas que ofre-
cían el papiro y el pergamino, había quienes se
resistían a adoptarlos y preferían seguir usando
tablillas de madera encerada, que era la forma
clásica de escritura en Roma.
Ya por ese entonces había en Roma coleccio-
nistas de libros, que se jactaban de los tesoros
que poseían. Las copias de los textos podían
llegar a los lugares más alejados y abundaban
los sitios de venta de libros, denominados ta-
berna libraria. Alrededor del año 44 d. C. se
abrió en Roma la primera biblioteca pública
por iniciativa del emperador Julio César. Para
el año 350 d. C. en Roma había 28 bibliotecas
públicas, la mayoría de ellas bilingües, con tex-
tos en griego y en latín.
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