1. Tilda las palabras del fragmento de El Aleph de Jorge Luis Borges: a) La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murio despues de una imperiosa agonia que no se rebajo un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, note que las carteleras de fierro de la Plaza Constitucion habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolio, pues comprendi que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiara el universo pero yo no, pense con melancolica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devocion la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero tambien sin humillacion. b) Considere que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa, la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortes, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepusculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaria las circunstancias de sus muchos retratos, Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunion de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco despues del divorcio, en un almuerzo del Club Hipico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekines que le regalo Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo; la mano en el menton... No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con modicas ofrendas de libros: libros cuyas paginas, finalmente, aprendi a cortar, para no comprobar, meses despues, que estaban intactos. c) Beatriz Viterbo murio en 1929; desde entonces no deje pasar un 30 de abril sin volver a su casa. d) En 1933, una lluvia torrencial me favorecio: tuvieron que invitarme a comer. e) No desperdicie, como es natural, ese buen precedente; en 1934, apareci, ya dadas las ocho con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quede a comer. f) Asi, en aniversarios melancolicos y vanamente eroticos, recibi gradualmente confidencias de Carlos Argentino Daneri. g) Beatriz era alta, fragil, muy ligeramente inclinada: había en su andar (si el oximoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de extasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. h) A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulacion italiana sobreviven en él. i) Su actividad mental es continua, apasionada, versatil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrupulos. j) Durante algunos meses padecio la obsesion de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. k) “Es el Principe de los poetas en Francia”, repetía con fatuidad. “En vano te revolveras contra él; no lo alcanzara, no, la más inficionada de tus saetas”.
Respuestas a la pregunta
a) La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió después de una Imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, note que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. b) Considere que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa, la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortes, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos, Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regalo Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo; la mano en el mentón... No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos. c) Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces no deje pasar un 30 de abril sin volver a su casa. d) En 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. e) No desperdicie, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quede a comer. f) Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí gradualmente confidencias de Carlos Argentino Daneri. g) Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada: había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. h) A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. i) Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. j) Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. k) “Es el Príncipe de los poetas en Francia”, repetía con fatuidad. “En vano te revolverás contra él; no lo alcanzara, no, la más inficionada de tus saetas”.